Mares de trigo
Aragón siempre ha soñado con el mar.
Desde la Alta Edad Media sus guerreros reconquistaron las tierras al sur del
Ebro, con el fin de llegar al Mediterráneo e incorporar sus playas a su reino
montañés, era la promesa de sus reyes que nunca cumplieron pues crearon el
reino de Valencia, presionados por los de siempre. Aún en la mente de algún
aragonesista está la idea de reclamar para Aragón las tierras del Delta y las
del norte de Castellón, lo que es conocido por El Maestrazgo, así que ojo los
catalanes con la Franja. Pero mientras esto llega, que no llegará, el aragonés
sigue soñando con el mar y quizás por ello lo ve en cualquier lugar de su geografía
interior; en el cielo, en la tierra o en los pantanos que inundan su territorio.
Personalmente me gusta ver el mar en los campos de trigo verde mecidos por el
cierzo, es todo un espectáculo sobre todo, en la zona que me gusta llamar
Suessetania, es decir la parte más oriental de las Cinco Villas entre Monlora y
la Violada. Se trata de una comarca surcada en la mitad por el rio Gállego y en
sus orillas se extienden enormes llanuras de cereal, tremendas fincas al estilo
de los cortijos gaditanos y andaluces.
La mejor temporada para contemplar
este curioso espectáculo es entre los meses de abril y mayo, cuando los trigos
y cebadas ya están crecidos y aprovechando un día de viento. Te adentras
en cualquiera de las carreteras y caminos
que surcan esta geografía y recorriendo pueblecitos como Marracos, Valpalmas,
Piedratajada, Las Pedrosas. Ardisa, Lupiñén, Ortilla, Montmesa o Alcalá de
Gurrea entre otros, puedes disfrutar de los efectos del viento sobre las
espigas que forman curiosas olas que se mueven caprichosamente y si además de
fondo tienes las ruinas de un viejo castillo, caserón o torreón perdido y
olvidado mejor que mejor. Es el mar de trigo verde y es que. El que no se
consuela, es porque no quiere.
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