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Plaza de Beratón (Soria) |
El pasado fin de semana estuve de
nuevo en Beratón (Soria) y me volví a encontrar con un rótulo muy curioso en
una de sus calles y en el que dice: “calle del 8 de febrero” así sin más, como
si los pocos vecinos que tiene esta pequeña localidad soriana, fronteriza con
Aragón y situada en la falda suroriental del Moncayo, supieran de antemano que
sucedió un 8 de febrero de un año indeterminado y, ya lo creo que lo saben,
como que a finales del siglo XIX circuló por los pueblos del somontano moncaíno
el titulado “Romance de Beratón” en el que se habla del robo que acaeció en el
pueblo el domingo 8 de febrero de 1874.
En este pequeño enclave ha debido ser
difícil la vida de siempre, primero como territorio de frontera, después por el
clima extremo que sufre la localidad, tanto en verano como en invierno y sobre
todo por lo alejado que se encuentra de sus pueblos vecinos. Como dice la
página web de su ayuntamiento; “El
carácter rural y pastoril de Beratón, más aislado y con peores accesos que
otros pueblos del entorno de la sierra y de las cercanas tierras ribereñas de
la llamada ‘Rinconada’, no dio protagonismos especiales a la rayana localidad
soriana. Y eso que la estratégica ubicación de la comarca moncaína hizo que
todos la desearan durante la Edad Media. Primero las disputas fueron entre
moros y cristianos y luego entre los reinos de Aragón, Navarra y Castilla”. Esto
sin duda alguna, lo han sabido bandoleros y bandidos a lo largo de los siglos y
ya, a mediados del siglo XIX se tienen noticias de malechores que atacaban la
localidad, para luego buscar refugio en las abruptas sierras que la rodean.
Pero lo sucedido a principios del año 1874 marcaría un antes y un después en
sus habitantes que decidieron dedicar una calle en recuerdo de aquella fecha.
Según aparece en el Boletín Oficial de la Provincia de Soria
(circular número setenta y publicada por el Gobierno civil de la Provincia): “En
el pueblo de Beratón, el día 8 del que rige [febrero] ha entrado una partida
latro-facciosa y sorprendidos todos los vecinos de dicho pueblo, dentro de la
iglesia cuando estaban oyendo misa. Robaron seis casas; pero, cuando se
disponían a marchar con el fruto de su rapiña, fueron atacados por el somaten
de los pueblos vecinos [Purujosa, Borobia y La Cueva de Ágreda], [quienes
dieron] muerte a cuatro de los ladrones, hiriendo y haciendo prisioneros a los
seis restantes que aparecen ser vecinos de Noviercas, Serón, Ledesma, Buberos é
Hinojosa del Campo, hallándose entre ellos el Regidor Síndico del primer pueblo. Soria, 10 de febrero de 1874, El Gobernador interino. Cándido Carretero”.
Por aquellas fechas España se
encontrada sumida en el caos, había salido de la fracasada I República, tras un
golpe de estado que se había transformado en un estado es excepción sine die bajo el mandato del general
Serrano y no muy lejos del Moncayo, los carlistas habían comenzado su III
Guerra. El vació de poder y las consecuencias socio-económicas que conllevaba
la situación, eran un caldo de cultivo propicio para el bandolerismo,
proliferando numerosos grupos por toda la geografía nacional, la banda del tío
Chupina era una de ellas. Francisco Gómara Martínez, que así se llamaba en
realidad, era natural del pueblo soriano de Serón de Nágima, creció en la Soria
más empobrecida, desde muy joven era cazador (de ahí el mote pues utilizaba
escopetas muy antiguas que hacían una explosión o “chupinazo” al ser disparadas)
y también se dedicada al contrabando, sobre todo de leña. Estaba casado y tenía
tres hijos, en el momento del robo de Beratón contaba unos 40 años. La
Sentencia que lo condenó por el hecho dice de él que era un hombre “De malísima
conducta, sabe leer y escribir y ha sido según sus propias manifestaciones,
procesado dos veces en el Juzgado de Almazán y según testimonio que obra en
autos, aunque no puede asegurarse de una manera indudable que se refiera a él,
pues no conviene con su segundo apellido, edad ni naturaleza, pero si en el
apodo y demás circunstancia cuatro veces en dicho Juzgado, una por atentado
contra la autoridad y otros excesos se le impusieron diez y siete meses de
prisión correccional y treinta duros de multa; otra no se expresa porque se le
impuso mes y medio de prisión en la cárcel; otra por corta de leña, amenazas y
lesiones al Guarda del monte se le impusieron nueve años de prisión mayor y
cien duros de multa, y otra por amenazas a un particular y golpes inferidos al
Juez Municipal suplente de Serón, la que se declaró falta.”. Así vivió hasta
que encontró en el bandolerismo su forma de subsistir y cuando que decidió
formar “una sociedad junto a un grupo de saltatumbas”. Cansados de esta
actividad, decidieron llevar a cabo el “robo perfecto” con el que pasaran a la
historia y nada mejor que robar a todo un pueblo, en este sentido Beratón tenía
todos los boletos para ser agraciado con su aventura, aislado en un rincón
lejano del somontano sur del Moncayo y alejado de todos sus vecinos, el pueblo
más cercano es la Cueva y está a 10 kilómetros en línea recta. La partida de
Chupina se dispuso a operar en esta pequeña localidad. Bueno, no tan pequeña
pues se sabe que el pueblo contaba a principios del siglo XX con unos 400
vecinos, lo que nos hace pensar que 25 años antes, contaría con unos 500, digo
esto para hacernos una idea de lo que ocurrió en esa fecha y de su
trascendencia y es que por entonces era un pueblo de entidad.
El 8 de febrero de 1874 era domingo y
como de costumbre la iglesia de Beratón estaba llena para la misa dominical. La
ocasión la pintaban calva debieron pensar los bandoleros quien, con Chupina a
la cabeza y armados con trabucos, irrumpieron en el tempo y encerraron en él a
todos los presentes. Una vez detenido todo el vecindario en la iglesia, fueron
sacando uno por uno a los feligreses “acompañándoles” a sus viviendas con el
fin de desvalijarlas. A alguno, después de robarle sus pertenencias fue
degollado por los bandoleros. Éstos poco a poco se fueron haciendo con el botín
y emocionados por la sorpresa, se dispusieron a celebrar lo recaudado. “Mala
idea combinar el alcohol con lo delictivo” pues encerrados en una casa y
celebrando el botín, varios jóvenes lograron descolgarse por la torre de la
iglesia y fueron a pedir ayuda en los pueblos vecinos de La Cueva, Purujosa y
Borobia. Mientras tanto, algunos parroquianos logran salir de misa y se deciden
a atacar a los bandoleros quienes, al verse sorprendidos intentan huir, en
estas llegan los somatenes de las localidades vecinas que les hacen frente; matando
a varios e hiriendo a otros, entre ellos a Chupina que recibió un disparo en la
pierna. Se cuenta que éste, después de varios años encarcelado, acabó sus días
cojo y vendiendo pelotas por los pueblos sorianos. Las hazañas del bandolero
han pasado al imaginario popular con un famoso dicho: “más contento que Chupina”
expresión que se utiliza para describir como se queda uno cuando recibe una
sorpresa o algo que no esperaba.
La acción digna sin duda de una
película, fue en cambio protagonista de un romance que se recitó en muchos
pueblos de la serranía celtibérica a lo largo de unos años, este se recogió en
el mismo Beratón y fue aportado por doña Dorotea Serrano y están basados en el
saqueo sufrido por el pueblo el domingo 8 de febrero de 1874. Publicados en la
web ‘Soria pueblo a pueblo’ de Goig Soler
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Torre campanario de la iglesia de Beratón, por donde escaparon algunos feligreses para pedir ayuda |
Salve,
Reina de los Cielos,
amparo
del afligido.
Dadme
luz para explicar
el
nuevo caso ocurrido,
en
este presente año,
con
diez facciosos bandidos.
En
el pueblo de Beratón
situado
al pie del Moncayo
en
territorio muy frío,
pero
que habitan en él
algunos
ricachoncillos,
cuyos
bienes codiciaron
los
desalmados bandidos.
El
día ocho de febrero
domingo,
fiesta y festivo,
se
plañeron las campanas
llamando
a aquellos vecinos
al
Santo Templo de Dios
a
oír el divino oficio.
Y
cuando todos estaban
en
el templo reunidos,
el
párroco dio comienzo
al
divino sacrificio.
Se
encajaron en la iglesia
varios
de los forajidos,
quedando
los otros fuera
como
tenían previsto.
A
las mujeres asustan,
amedrentan
a los niños,
a
los hombres boca abajo
mandan
ponerse allí mismo.
Requiriendo
los trabucos,
empuñando
los cuchillos,
"Nadie
se mueva” -gritaban
teniendo
puñal en mano-
si
no quieren obedecer
pronto
irá un arcabuzazo.
Hubo
uno que se hizo fuerte
y
no se echó boca abajo,
le
dieron con un cuchillo
y
le rompieron un labio.
Se
aproximan al altar
donde
estaba celebrando
el
cura de la parroquia
y
el sacristán ayudando.
"Prosiga
usted con su misa
que
todos somos cristianos".
"¿Cómo
yo he de proseguir si,
como
estáis observando,
los
dos niños que ayudaban
se
fueron amedrentados,
y
hasta a mí el sagrado lienzo
se
me cayó de las manos?".
Sin
ningún temor de Dios
se
pasean por el templo,
haciendo
mofa y escarnio
del
divino sacramento.
Para
aquellos bandoleros
aquél
Dios de las alturas
sólo
está en el firmamento
y
olvidan los anatemas
al
menos, por el momento.
Ya
se concluye la Misa,
y
comienza el saqueo,
ya
se cuadra el capitán,
muy
valiente y muy severo:
"Salgan
de aquí esos pudientes,
el
Ángel, el Molinero,
los
del barrio de la Plaza
que
tienen mucho dinero,
y
si pronto no lo entregan
van
a pagar con el cuello".
Tres
fueron los que se echaron
desde
el campanario abajo
con
peligro de sus vidas
y
al cementerio cayeron.
¡Oh
qué acción tan prodigiosa
esos
valientes hicieron,
al
dar aviso a otros pueblos
como
lo verá el lector
si
procura estar atento!
Uno
se marchó a La Cueva
otro
fuese a Purujosa
y
un hijo del Molinero
a
la villa de Borobia.
Los
tres se fueron corriendo
como
el caso requería
a
buscar un buen auxilio
en
los pueblos convencinos,
mientras
que los sitiadores
registraban
los bolsillos.
A
cuántos de Beratón
les
quitaron sus ahorrillos.
Sacaron
la Marinola
la
mujer del Marianillo,
la
mayor contribuyente
de
todo este pueblecillo.
Entonces
el capitán
o
jefe de los malvados,
se
retiró del altar,
coge
a dos hombres del brazo
y
los lleva hasta el altar
para
que ayuden al párroco.
¿Qué
sabían de ayudar
aquellos
pobres ancianos,
que
habían estado siempre
con
ganado en el Moncayo?
Pero
a esto los bandidos
los
tenía sin cuidado.
La
llevaron a su casa
y
mandaron degollarla
como
se hace a un cabrito,
hasta
arrancarle el postrero
cuarto,
de los escondidos.
Y
así sucesivamente
hicieron
a otros vecinos,
después
de desvalijados
los
llevaron a la iglesia
y
los dejaron atados
pa
sumarlos al martirio.
Terminada
la tarea
los
ladrones reunidos
llenos
de satisfacción
y
con regocijo henchido
metiéronse
en una casa
a
atracarse de chorizo.
Muy
pronto los de la iglesia
salieron
pegando gritos.
Se
querían escapar
pero
no les fue preciso,
sufrir
o morir han dicho.
Tal
fue un Lucio, que armado,
los
vio por una calleja
y
tuvo tal advertencia
de
bajarse y esconderse
tras
la pared de una era.
Los
ladrones allí estaban
haciendo
muy buenas cuentas
sobre
la repartición
de
unas robadas monedas.
Igual
Lucio las arregla.
Yo
puedo matar a uno
se
dice, con honda pena,
pero,
yo muero también,
que
venga lo que Dios quiera.
Se
santigua y dispara,
y
fue su suerte tan buena
que
atravesó al capitán
de
lado a lado una pierna.
Con
otros diez trabucazos
los
bandidos le contestan
y
a la Virgen de los Santos,
cuyo
escapulario lleva,
les
saca y les da a correr
hacia
el Valle como ciervas,
y
pronto los purujusanos
asómanse
a la cuesta,
cargados
de hoces y palos
y
otras ofensivas armas
que
junto con los del pueblo
y
otros que de lejos llegan
dan
alcance a los bandidos
en
las cercanas laderas,
y
obligánles a rendirse
después
de brutal pelea
dando
por resultado
de
estos tristes episodios
tres
muertos tendidos quedan,
dos
heridos, cinco presos,
los
conducen al poblado
cruzados
en cinco bestias
y
pueblo y autoridades
piden
a los cinco vivos
que
se hagan los responsables.
Más
noticias sobre el suceso:
https://sorianoticias.com/noticia/2020-02-04-el-tio-chupina-un-ladron-historia-beraton-64908
http://soria-goig.com/Etnologia/pag_0813.htm
http://soria-goig.com/historia/historia_13n.htm