Ignacio Blanco Cordero: Un médico entre la leyenda y el mito
Se cumple este año el cuarenta aniversario del
fallecimiento del médico aragonés Ignacio Blanco Cordero, hace unos días un
paciente suyo llamado Jesús y que ahora cuenta con 75 años me contaba que
estaba vivo gracias a él. A los treinta y cinco años le diagnosticaron un tumor
cancerígeno y acudió a la consulta del doctor Blanco. Este le dicho que con su
tratamiento podrían aislar el tumor y más tarde operarlo, se trataba de un
procedimiento nuevo que él había experimentado en Estados Unidos y que había traído
a España para tratarlo con pacientes de aquí. Le puso en tratamiento primero
con inyecciones y más tarde mediante gotero, recuerda que acudían a una
consulta que tenía el médico en la calle Tenor Fleta de Zaragoza y que más
tarde en la Cruz Roja de la plaza de los Sitios (entonces de José Antonio) le
dejaron un despacho. Antes había estado en laboratorios Ulta de la capital
aragonesa, de donde se fue porque según me contaba Jesús “le hacían la vida
imposible”. Este paciente recuerda al doctor como una persona amable, cercana
al paciente y con un extraordinario carisma. Recuerda que las dosis eran de
color marrón y que él ha estado tomándolas hasta hace poco, que a última hora
se las aplicaba en la piel, me comentó también que entre los pacientes le regalaron
un aparato de laboratorio para que pudiera seguir con sus investigaciones y que
cuando falleció, fueron recogidos por el doctor Emilio Alfaro. También me dijo
que él sabía que la familia, por fin había vendido la patente a una farmacéutica
y que ya no saben nada de esa medicina, el IBC119 y que él había visto otras
drogas similares pero que no eran las del doctor Blanco.
Comenté el asuntó con un amigo, que sabe del mundo
de las patentes y la encontramos, está registrada en 1973 y según él me
comentó, por los documentos que figuran en el registro de patentes y marcas de
España, el fármaco se encontraba en fase experimental y todavía no había
conseguido los resultados necesarios para su puesta en marcha: http://www.oepm.es/pdf/ES/0000/000/00/40/68/ES-0406820_A1.pdf
Lo cierto es que hace años, cuando todavía colaboraba con Cadena SER bajo
Gállego ya quise hacer un programa sobre este personaje pero cosas del tiempo,
no se llegó a realizar.
José Ignacio Blanco Cordero nació en Medina de
Rioseco (Valladolid) en 1936. Había estudiado Medicina en la Universidad de Madrid.
Marchó a Estados Unidos doctorándose en la Universidad de Cinccinati. En 1966 y
en el cuarto de baño de su casa, instala lo que habría de ser su primer
laboratorio. En ese año logra el primer producto en estado sólido. Dos años
después consigue la forma líquida de lo que habrá de ser el IBC y que para su
autor venía a ser un regulador metabólico celular. Según declaraciones del
doctor Blanco; siempre estuvo interesado por el papel de la urea en el
organismo humano. «La urea constituye -decía- el final del metabolismo
proteico. Sin embargo, me niego a aceptar la posibilidad de que sólo sea un
producto de deshecho, sin acción fisiológica importante» de esta manera regresó
a España como descubridor de un producto anticanceroso con el que se pretendía
regenerar la célula neoplásica, en lugar de destruirla.
Cuenta la leyenda que este descubrimiento lo hizo
en América y que allí lo vetaron porque no interesaba a las industrias
farmacéuticas locales y que visto los problemas que le ocasionaban allí se vino
a su tierra, casi clandestinamente. Desde 1968 a 1973 intentó encontrar apoyos
a su descubrimiento, pero estos le fueron sistemáticamente rechazados. Permitiéndosele
tan sólo, la administración de su droga a cuatro pacientes del hospital
Marquesa de Villaverde de Madrid, en 1970. Tras varios intentos de
entrevistarse con el ministro de Educación y Ciencia y con el director del
Hospital Central de la Cruz Roja, sin ningún resultado positivo, el doctor
Blanco Cordero decidió trabajar en solitario, administrando el fármaco a sus
propios pacientes. Recaló en Zaragoza, de donde era su mujer (natural de San
Mateo de Gállego). Como me dijo Jesús, trabajó en laboratorios Ulta, empresa
que abandonó decepcionado en 1971. Conoce al doctor Emilio Alfaro en el
Hospital de la Cruz Roja, con quien inicia una perdurable colaboración. Poco
después firma contrato para la investigación y ulterior comercialización de su
producto (entonces llamado l.CE.BE.-119) con Laboratorios Casen, también en Zaragoza
(la cifra corresponde a la fecha en que se firmó el contrato de colaboración
con Casen, 11 de septiembre, la letras corresponden a las iniciales de su
nombre y apellidos). En abril de 1973, la Subdirección General de Farmacia
autoriza las pruebas clínicas solicitadas por Casen, en un momento en que aún
se desconoce la farmacocinética de la sustancia por ensayar. Con la única
abstención del Centro Regional de Oncología, todos los centros sanitarios de
Zaragoza participaron en dichas pruebas, que fracasaron por falta de
información sobre el l.CE.BE.-II9 y porque fueron realizadas en pacientes en su
mayoría preagónicos. Una colosal polémica se inició a través de toda la prensa
nacional.
Según un artículo publicado el 1 de junio de 1973
por el diario Pueblo de Madrid y
firmado por Julio Camarero se dice que se trata de un producto al parecer con
sorprendentes propiedades para el tratamiento del cáncer y que había sido
presentado el 14 de abril de ese mismo año, en la Dirección General de Sanidad para
su registro definitivo “Vencidas no pocas dificultades, se fabrican ahora,
exclusivamente con destino a esta fase experimental, unas mil ampollas diarias.
El doctor Blanco Cordero no cobra un céntimo por los tratamientos y el ICB 119
se administra totalmente gratis, conforme a lo establecido para el plazo
experimental de un medicamento que todavía no ha sido lanzado al mercado. En
Zaragoza, entre las seis clínicas donde se administra y domicilios
particulares, atiende ahora a unos ciento treinta enfermos con diversos tipos
de cáncer, y, según cuentan, los resultados son más que esperanzadores."
En agosto de 1973 el laboratorio que entonces
fabricaba el producto denunció el contrato existente. Al año siguiente, un
nuevo laboratorio, Pool Vichy con
sede en Burgos inicia la fabricación experimental del IBC bajo las órdenes
directas del joven investigador. En este estado de cosas hay una amplia campaña
de divulgación de la sustancia, surge la polémica y la controversia y se exigen
pruebas contundentes de su efectividad. Pero no hay esa contundencia porque los
enfermos- que llegan a las experiencias clínicas son enfermos en gran parte
desahuciados, mutilados por una cirugía exhaustiva, o tratados ampliamente con
radiaciones o fuertes quimioterápicos. Pero hay resultados positivos que se
publican en la prensa especializada y concretamente, uno que llama la atención:
un cáncer se ha encapsulado gracias al IRC y su desarrollo se ha detenido.
En medio de una tensión emocional terrible Blanco
Cordero prosigue su trabajo en Zaragoza, abandonando insensiblemente el
laboratorio por el continuo requerimiento de pacientes de toda España.
Mientras. Es por estas fechas cuando contrae matrimonio con María Teresa
Basguas, estableciendo su residencia en la localidad natal de su mujer (la casa
que todavía se conserva es una típica construcción en ladrillo). En cuanto a
los resultados concretos del «ICB 119» -que pasa a denominarse "IBC»
llegarían a ser muy desiguales. A lo largo de 1973 más de 90 pacientes
voluntarios fueron tratados con el fármaco, llegándose, en la mayoría de los
casos, a resultados relativamente positivos y en algunos casos, a curaciones
sorprendentes como es el de Amparo Bandrés, paciente zaragozana cuyo historial
clínico recorrió la prensa especializada (Jesús como decimos fue paciente y hoy
cuenta con una impresionante salud a sus 76 años). De cualquier forma y tras el
análisis de los numerosos tratamientos posteriores, parece ser que la droga
arroja óptimos resultados al ser aplicada en casos de tumores cancerígenos
vírgenes, o sea, no tratados aún ni por la cobaltoterapia ni por la cirugía.
El propio Blanco Cordero no está satisfecho con los
resultados y sigue investigando sobre el mismo producto que define como un
regulador metabólico celular y logra, en apenas unos meses el perfeccionamiento
del IBC. Básicamente, el producto es el mismo. La elaboración se supera y logra
resultados calificados como espectaculares pero «Muchos problemas demasiadas
tensiones,» en propias palabras del doctor hicieron que su corazón fallara el
dos de septiembre de 1976 mientras se encontraba de vacaciones en Vigo, en
palabras de Ramón Sánchez Ocaña “Blanco Cordero falleció de enfermedad
profesional” y es que esas vacaciones son las primeras que se toma en diez años
de intenso trabajo. El doctor Blanco había llegado a Redondela, en las
inmediaciones de Vigo, el 27 de agosto. El día primero de septiembre el médico
y su familia, su esposa y su hija de tres meses, viajaron a Portugal y al
regreso a Galicia enfermó repentinamente. El por entonces incipiente diario El País, se hizo eco de su muerte por
medio de José Ramón Marcuello, quien publicaba la noticia el 3 de septiembre de
1976 en estos términos: “A primeras horas de la mañana de ayer corrió
rápidamente por la ciudad la noticia del repentino fallecimiento por infarto
del doctor Blanco Cordero en un hotel de Vigo, cuando pasaba unos días de
vacaciones en aquella localidad gallega, El doctor Blanco, como es sabido,
llenó la primera página de la actualidad nacional, cuando en la primavera de
1973 se dio a conocer una droga anticancerígena por él elaborada y a la que
venía ocupando su dedicación desde abril de 1968: el ICB 119”.
Su amigo Emilio Alfaro continuó con el estudio del
l.CE.BE., pero apenas un mes más tarde, en el mismo diario, otro médico
mediático de entonces por sus apariciones en TVE, Ramón Sánchez-Ocaña escribió
una crónica sobre un grupo de enfermos oncológicos y sus familiares que acudieron
a la Dirección General de Sanidad con un objetivo de conseguir del director, la
autorización para que se les siguiera suministrando una droga anticancerosa a
cuyo tratamiento estaban sometidos, ya que había sido oficialmente calificada
de inútil. “Los enfermos en tratamiento sumaban entonces aproximadamente
ochenta y cinco, que se vieron de pronto sin esta sustancia que representaba
para ellos toda esperanza” ya que el laboratorio que fabricaba el producto en
pequeña escala, suspendió su elaboración tras la muerte del doctor Blanco
Cordero. Ni la fabricación del producto estaba registrada ni tampoco se había
hecho la correspondiente solicitud, así que poco se podía hacer, los pacientes
como Jesús, siguieron suministrándose de la droga por su cuenta y a través del
doctor Alfaro, para cubrir las mínimas exigencias experimentales.
El doctor Emilio Alfaro Gracia, por entonces jefe
del servicio de Ginecología de la Cruz Roja de Zaragoza pudo comprobar los
resultados obtenidos y confirmó a el País
como “para estos enfermos sinceramente, el tratamiento ha sido muy positivo”.
Pero el problema era grave pues Blánco Cordero se llevó el secreto a la tumba
sobre la elaboración de la droga. Por eso, cuando los enfermos consumieron la dosis
disponible, los laboratorios se vieron en la imposibilidad material de
continuar su fabricación. No conocen el proceso perfeccionado de su
elaboración. La dosis llegó a costar las 50.000 pesetas de la época (unos 400€
de ahora).
Calle zaragozana que lleva su nombre |
Los restos mortales de Ignacio Blanco Cordero
fueron enterrados en el cementerio de la localidad zaragozana de San Mateo de
Gállego no sin cierta polémica que le persiguió aun después de su muerte pues según
el reglamento de policía mortuoria, el cadáver debió ser trasladado utilizando
el servicio funerario municipalizado de Vigo, al menos en los límites de este
Ayuntamiento. El servicio no fue requerido a estos efectos, por lo que se
inició una investigación en la Jefatura Provincial de Sanidad que terminó
siendo archivada parece ser que se quería evitar una manifestación masiva de
duelo en la que concurrieran todos los afectados por su droga y que esto
supusiera una alteración del orden público, no hay que olvidar que estamos en
esos momentos en plena Transición y cualquier tema era susceptible de ser
politizado. Pasado el tiempo en San Mateo de Gállego se levantó una plaza en su
honor y en Zaragoza también existe una calle que lleva su nombre y que se
encuentra junto al parque de Bruil.
Bibliografía:
Marcuello, José Ramón. “Fallece el inventor de la
droga "ICB 119" contra el cáncer”. El País. 3 de septiembre de 1976: http://elpais.com/diario/1976/09/03/sociedad/210549605_850215.html
Sánchez Ocaña, Ramón. “Un grupo de enfermos pide al
director general de Sanidad la droga anticancerosa IBC”, El País. Viernes, 1 de octubre de 1976
Alfaro, Emilio: «El l.CE.BE.-II-9 y el Cáncer»;
Tribuna Médica, Madrid, 1973. Id.: «Segundo informe sobre el l.CE.BE-119, 1. ª
y 2. ª Parte»; Tribuna Médica, Madrid, 1974. Id.: «Lo que sabemos hoy del
l.CE.BE.»; Andalán, 1979. Del Amo, J.: Nuestros cerebros dentro; Ed. Felmar,
Madrid, 1977.
Gran Enciclopedia Aragonesa: http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=2364
Conocí a José Ignacio, trató a mi familia y durante años nos visitaba
ResponderEliminarBuenas tardes. El Dr. Blanco trató a mi padre en 1973 en un hospital de Zaragoza. No recuerdo el nombre del hospital. ¿Sabría usted en qué hospital trabajaba el doctor Blanco con pacientes tratados con el medicamento ICB 119? Luis. (lcejudop@gmail.com)
EliminarBuenas noches y gracias por su consulta. El doctor Blanco trabajó en el ambulatorio que tenía la Cruz Roja en la plaza de los Sitios, no es un hospital en sí. Allí es donde solía recibir a sus pacientes
EliminarGracias por recoger la historia de este médico. Trató a un familiar en el año 1974, me quedó en el recuerdo el nombre del fármaco, no sabía nada sobre el médico que lo inventó. Fue la única esperanza de muchos.
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