Miguel Pradilla González
Ayer me pasaron esta referencia sobre Miguel
Pradilla González, hijo del ilustre villanovense don Francisco Pradilla Ortíz y
publicada en el suplemento cultural del ABC de Madrid el pasado domingo 1 de
mayo (http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-miguel-pradilla-pintor-caras-no-quiso-como-picasso-201605010233_noticia.html)
firmada por Lucía M. Cabanellas. En la que se hace referencia de una página web sobre
este singular personaje (http://www.miguelpradilla.com/)
en la que su nieta Sonia Pradilla, rescata la vida de su abuelo y recuerda a su
bisabuelo.
Dice la crónica que pintó más de 4.000 cuadros,
trajo a España el primer coche de carreras extranjero, creó su propio equipo de
ciclismo, pero nunca consiguió que se le conociese por sus propios méritos.
Para el resto del mundo, siempre fue el hijo de Francisco Pradilla. Ni siquiera
los colores vivos con los que renovaba el arte de su progenitor, maestro y
bestia negra al mismo tiempo, sirvieron para que su nombre evitase los
derroteros del olvido. Para luchar contra esta desmemoria impuesta por la
rebeldía de Miguel Pradilla, su nieta, poco después del cincuenta aniversario de
su muerte, reivindica su obra en una casa museo, instalada en Madrid. «De mi
bisabuelo Francisco está todo dicho» cuenta Sonia. De Miguel en cambio, «nadie
se ha acordado desde su muerte en 1965», “creo que existe una deuda con él y es
mi deber intentarlo, porque han aflorado muchas cosas al recopilar este
trabajo. Viendo todo esto, así, sin conocerle, te puedo decir que le llego a
querer», confiesa su nieta.
Miguel Pradilla González nació en Roma en 1884) muy
joven sintió la necesidad de moverse por el mundo, en su juventud viajó por Italia
y por toda España, donde inmortalizó escenas costumbristas en Galicia, tierra
de su madre y donde se enamoró del Cantábrico. En su obra, las mujeres copan la
mayoría de los lienzos, los planos importantes, e incluso desempeñan tareas
que, por aquel entonces, eran de hombres. Este interés por la pintura
costumbrista le hizo aparecer desplazado ante las nuevas tendencias del momento.
Pero Miguel era mucho más que un pintor. Polifacético
e inquieto. En una entrevista con el periodista Carratalá en el diario Pueblo Pradilla cuenta su periplo en
1919 en Londres: «Allí tomé parte en una carrera de pequeños autos que se
realizó en el autódromo de Brooklands, clasificándome en segundo lugar. De allí
traje las primeras motos modernas con embragues puestas en marcha en Madrid y los
primeros automóviles pequeños que se fabricaban. Más tarde instalé talleres y
fabriqué pequeños autos e hice los primeros diseños de automóviles
descapotables que se enviaron a Francia». También se aventuró en el deporte,
donde despuntó en atletismo, fútbol, salto y pesas, cosechando medallas y
primeros puestos, y siendo ilustre miembro de la Junta Directiva de la Sociedad
Gimnástica Española.
Fiel discípulo de su padre recordaba en su vejez el
estudio de la calle Quintana, un palacete neo mudéjar que sufrió los avatares
de la Guerra Civil. «Cuando las tropas nacionales llegaron a la Ciudad
Universitaria y Casa de Campo, el barrio de Argüelles quedó convertido en zona
de guerra». El palacete que fuera su hogar quedó reducido a escombros, y junto
al fuerte, todo lo que en él se conservaba. «Por no permitir los rojos sacar
del citado estudio las obras de arte y objetos de valor que allí se guardaban,
todo cuanto se había ido atesorando con pasión de artista y fervor filial…
desapareció (...) aunque Miguel se resistiera a creer que todo fuera destruido
y que incluso tablitas firmadas por su padre sufrieran el rigor de la metralla».
Recuerda su nieta que Miguel «Dejó de pintar y que durante la Guerra salía
todas las mañanas a buscar comida y a ver si podía coger trozos de carboncillo
y venderlos. Su abuela (la esposa de Pradilla) siempre estaba con un miedo
tremendo porque no sabía si volvería a verlo por la noche. Fue un
superviviente», Miguel No volvería a retomar el pincel hasta 1942, con una
exposición de la que se hizo eco el NODO, y ya no dejó de hacerlo hasta poco
antes de su muerte. «Aún después de vivir todo tipo de penurias durante la
época de guerra en España, siguió siendo optimista cuando retomó la pintura.
Era su forma de vengarse de la tragedia infligida», apunta su nieta. «Es una
pena —contaba Miguel ya en su vejez— el olvido que se tiene de mi padre». Y
como una paradoja del destino, este prolífico pintor volvió de nuevo a seguir a
su maestro y, a su muerte, parece que ya solo Sonia lo recuerda.
Nota: Miguel Pradilla recibió el nombre de su
abuelo paterno; Miguel Pradilla Pina
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