Guerras celtíberas en Aragón

Valle del Perejiles, donde se encuentran las ruinas de Segeda

Los primeros latinos con el fin de quedarse llegaron a Hispania por la costa de Gerona, en Ampurias hacia el año 218 a. C. Casi toda la franja levantina se encontraba bajo poder de Cartago, pero existía una colonia que era amiga y aliada de Roma, la ciudad de Sagunto. Por entonces el gran Aníbal se presentó ante las murallas de la polis en su camino hacia el Ebro con el fin de cruzarlo y proseguir viaje hacia Roma. Tras un prolongado y cruel asedio en el que incluso el caudillo cartaginés resultó herido, se apoderó de la ciudad que acabó siendo destruida y sus habitantes aniquilados. Tras este encontronazo, Aníbal continuó su camino. Mientras el mítico general cruzaba los Alpes con sus elefantes, su conmilitón romano Cneo Cornelio Escipión desembarcó en Ampurias con el fin de cortar el apoyo, que desde el sur le llegaba a la expedición cartaginesa y que ya se encontraba en Italia. Fue entonces cuando El Africano buscó aliados entre los íberos consiguiendo someter bien mediante tratado, bien por la fuerza la zona costera al norte del Ebro, fundando Tarraco[1]. Es en este contexto cuando aparecerán los celtíberos, aliados primero de Cartago, acompañarán a Aníbal en su viaje por Europa, cambiarán de bando según sus intereses y conveniencias, en ocasiones de manera abrupta y violenta.

En el año 197 a. C. se inicia la conquista y ocupación propiamente dicha. Roma pondrá al frente de sus legiones en la península a procónsules o pretores con el fin de ocupar y controlar la Hispania Citerior o mediterránea y la Ulterior, entre la Bética y la Lusitania. Dos años más tarde el Senado envió a Catón, que era cónsul y quien se hizo fuerte pero no llegó a controlar a los indígenas. Prosiguieron los enfrentamientos y las demostraciones de fuerza sobre todo a partir de la conquista de Celtiberia acometida por Quinto Fulvio Flaco y rematada por Tiberio Sempronio Graco entre los años 179 y 178 a. C. La victoria romana sobre los celtíberos en la batalla de Mons Chaunus (¿Moncayo?) y la toma de la ciudad soriana de Complega en el año 179 a.C., culminó con el tratado que Tiberio Sempornio Graco pactará con las tribus celtíberas de Titos, Belos y Arevacos por el cual éstas iniciarían un proceso de sedentarización (mediante reparto de tierras a cambio de tributos). Ingreso obligatorio en el ejército romano como tropas auxiliares. Derecho de algunas ciudades para acuñar moneda y la prohibición de fortificar ciudades existentes y de crear nuevos poblados.

Mara

La paz de Graco no fue definitiva, ni mucho menos. Sin embargo la entente con sus más y sus menos permanecerá 25 años. En el año 153 a. C. Segeda, una ciudad enclavada cerca de la actual Calatayud y dentro del actual término de la localidad de Mara, en el valle del río Perejiles; decidió ampliar su perímetro urbano, así como levantar fortificaciones y de esta manera romper el pacto establecido con Graco un cuarto de siglo antes. Parece ser que la importancia del suceso estriba en que era la capital de los belos (se han encontrado monedas acuñadas con el nombre de esta ciudad). Esa era una importante tribu celtibérica asociada con los titos y los lusones que habitarían entre la sierra del Moncayo y el valle del Jalón y que habrían firmado con Graco el famoso acuerdo del año 178. Las hipótesis de esta decisión segedense pueden ser variadas y van desde un aumento de población y la consiguiente necesidad de hacer más grande el perímetro urbano, necesidades defensivas ante posibles ataques de tribus hostiles, el bandidaje, cuestiones fiscales o recaudatorias o quizás exceso de confianza ante la respuesta de Roma.

El Senado, enterado de las pretensiones segedetanas, declaró sin más la guerra a la Celtiberia de forma tan inmediata, que adelantó la toma de posesión de los cónsules dos meses y medio. Es decir se pasó de los idus de marzo (día 15 de ese mes) que era cuando tradicionalmente se elegían estos cargos coincidiendo con el año nuevo en Roma, a las Kalendas de enero, es decir al día 1. El fin último era comenzar lo antes posible la campaña contra los celtíberos. Seguramente en esa decisión pesó más la estrategia que las emociones o la indignación porque en un pequeño lugar de la Celtiberia hubieran levantado una muralla. Mientras las guerras en la zona oriental del Mediterráneo eran más fáciles: a veces con una sola batalla caían naciones enteras. En Hispania era otra cosa, se trataban de tribus dispersas, en muchos casos enfrentadas entre ellas y el que ahora era aliado un mes más tarde era enemigo. A eso se unía la orografía, el clima y un sinfín de elementos que hacían necesario tomar medidas estratégicas eficaces. Si el cónsul tomaba posesión el día 1 de enero podía aprovechar los meses invernales para organizar sus tropas y poder desplazarse a la península Hispánica y comenzar las operaciones en marzo, que era la época en la que se abrían los puertos italianos tras el parón invernal. De otra forma se perdían dos o tres meses importantes para el desarrollo de la guerra, cuyas operaciones importantes se efectuaban durante los meses de primavera y verano.

El cónsul elegido ese año de 153 a. C., Fulvio Nobilior, se presentó en el valle del Jalón al mando de 30.000 legionarios, pero no sorprendió a los belos, que habían abandonado Segeda refugiándose en Numancia, la capital de los Arevacos. La ciudad sobre la que se levantó la localidad de Mara estaba desierta y tras sus muros no había nadie. La estrategia había fracasado, no obstante todas las precauciones eran pocas y había que estar al acecho ante una más que posible aparición de los belos y sus aliados. Al contrario de lo esperado quienes sí hicieron acto de presencia fueron los numantinos, enviados por los segedenses como intermediarios con la intención de llegar a un acuerdo con Roma. Fulvio no solo se negó a pactar con aquellos bárbaros, sino que exigió la rendición incondicional de los belos y la entrega de armas, lo que era impensable en cualquier celtíbero que se preciara, pues prefería antes entregar a un hijo que rendir su propia espada. Arevacos y Belos formaron entonces una coalición formada por 25.000 hombres bajo el mando del segedetano Garo y con este ejército hicieron frente a las mejores tropas del momento en todo el orbe conocido.

El Moncayo

Celtíberos y romanos se enfrentaron el día 23 de agosto, festividad consagrada a Vulcano, en una llanura situada a 15 kilómetros de la actual Soria. Los de Fulvio fueron atacados por sorpresa por los de Garo y llegaron a matar a más de 6.000 legionarios, fue la derrota más importante sufrida por la República hasta entonces. Tan solo la intervención de la caballería hizo posible que el desastre no fuera mayor y gracias a un error táctico de los celtíberos, pues éstos, ocupados en perseguir a los legionarios que huían despavoridos, se desperdigaron sobre el terreno y quedaron aislados, ocasión que fue aprovechada por la caballería enemiga para abalanzarse sobre ellos y causar también importantes bajas, entre ellas la de su jefe Garo. Los supervivientes se refugiaron en Numancia dando inicio el histórico asedio y el 23 de agosto fue declarado nefasto por el Senado de la Urbs. A partir de entonces ningún otro general libró batalla alguna en el día consagrado a Vulcano por traer malos augurios y también recuerdos.

Tras diez años de duro asedio y resistencia Numancia sería destruida en el año 133 a.C. Éste sería el punto culminante de las guerras celtibéricas. La ciudad soriana acabaría siendo tomada por Publio Cornelio Escipión Emiliano, cuando ya el hambre hacía imposible la resistencia. Los jefes celtíberos se suicidaron con sus familias y el resto de la población fue vendida como esclavos, la ciudad fue arrasada. Durante los cien años siguientes Hispania será escenario de las peleas y disputas entre los dirigentes de la Roma republicana y la Celtiberia inhóspita.



[1] Blázquez, José María (Director) Historia de España antigua: Tomo II Hispania romana. Cátedra ediciones “Historia serie mayor”, Madrid 1995.

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