Las torres de Villanueva de Gállego

Torre del azud de Rabal junto al rio Gállego
La expansión de la romanización en el espacio circundante a la colonia de Cesaraugusta (Zaragoza), el ascenso en el nivel de vida de sus habitantes y, seguramente, la necesidad de éstos por demostrar cierto nivel de vida hizo que la sociedad zaragozana de la época comenzara a sentir otras necesidades más acordes con sus nuevas expectativas. Así las clases dirigentes y las élites buscan en el extrarradio lugares de esparcimiento y recreo en una segunda residencia en las llamadas Villae.

Había diversas clases de villas romanas, algunas de ellas eran de carácter castrense y otras construidas para uso urbano o residencial. Estas últimas de dividían a su vez en señoriales y rústicas, que serían explotaciones agrícolas o ganaderas en las que residían de manera permanente criados o esclavos ordenados por el villicus (encargado o torrero). La residencia del dueño en su finca solo es esporádica y coyuntural. Predominan en su construcción el carácter modesto, sobre el lujoso de las mansiones urbanas o de recreo exclusivamente. Manuel Martín Bueno ubica las villae rústicas junto a las vegas de los ríos, en los cauces de acequias o próximas a éstas. Su estructura constructiva solía ser similar. Constaban de planta rectangular con un cuerpo central, abierto al aire, a la luz y al agua de lluvia, que se recogía gracias al tejado dispuesto de manera que facilitara esta función, rodeaban a este patio todas las habitaciones de la casa en una sola planta. Carecían de vista exterior y en la parte posterior se ubicaba un pequeño jardín. La extensión agropecuaria que rodeaba estas edificaciones solía estar configurada en porciones cuadrangulares de tierra conocidas por Centuriaciones, con una extensión aproximada de media hectárea.
Trabajo en una torre

José Luis Corral Lafuente, describe en su libro El salón dorado una de estas alquerías. «La almunia destacaba por ser una enorme casa de dos plantas con un porche abierto al sur, sostenido por una galería de arcos de herradura decorados con yeserías pintadas en verde, rojo y azul… Junto al caserón había varios edificios auxiliares para almacenes, talleres, graneros y cuadras. La finca era explotada y cuidada por dos familias campesinas. El encargado y su mujer con sus seis hijos, todos ellos trabajaban en los campos que la rodeaban. En las temporadas de siembra y recolección reclutaban jornaleros de las aldeas cercanas para ayudar en esos trabajos agrícolas». Este tipo de comportamiento se ha mantenido hasta mediados del siglo XX, momento en el que muchas de estas torres comenzaron a abandonarse y sus tierras pasaron a manos de agricultores que las explotaban directamente.


Torre Lindar
Villlanueva y sus “villas”

Durante la Edad Media y conforme vaya consolidándose el poder cristiano de la Corona Aragonesa, las viejas torres medievales de carácter defensivo irán adquiriendo una función colonizadora para, más tarde, pasar a uso residencial, al modo de las tenencias renacentistas italianas, aunque sin abandonar su denominación medieval, de ahí el popular nombre de “torres”. Al uso agropecuario y en algún caso artesano, se unirá sobre todo durante el siglo XVIII, un nuevo concepto como lugar de ocio y recreo. El ordenamiento racional de las fachadas y el aprovechamiento de los espacios, tanto interiores como exteriores y, sobre todo, la creación de zonas ajardinadas, serán «elemento indispensable para completar su estética». Abundan parterres, fuentes, emparrados y árboles de sombra, «creando lugares idóneos para el paseo y la conversación». Si la torre se encuentra situada cercana a un río o un soto, el espacio da lugar a un ecosistema ambiental de gran valor, tradicionalmente utilizado para la caza y la pesca.

El lugar de Villanueva contaba en pleno siglo XVII con alrededor de veinte casas de campo o torres. En 1910, de los 1.300 habitantes que poseía la localidad, 300 vecinos residían en «grupos diseminados e inferiores» es decir, en las “torres”. Hoy en día algunas de estas históricas edificaciones se encuentran en buen estado y habitados, incluso alguno, como el cado de la torre de Guallart se dedica a la hostelería, otras por desgracia han desaparecido o se encuentran prácticamente en ruinas, por el contrario ha aparecido un nuevo concepto de urbanismo rural “la neotorre”. Este término lo he adoptado de José Luis Orna y hace referencia a las casas de huerta, generalmente de una planta y con una o dos habitaciones que simulan un chalecito y que se encuentran rodeadas por un huerto.

Algunas torres villanovenses


Torre Lindar
Torre Lindar: De toscas facciones que se erige solitariamente orgullosa en medio de la huerta. Fue propiedad del Condado de Aranda, para pasar a mediados del siglo XVII al Conde de Faura quien la poseyó hasta principios del XX, en este señorío se encontraba un anexo de la iglesia parroquial de Villanueva, dedicado a San Bernabé Apóstol, próximo también, existía un Batán mantenido en treudo enfitéutico por el gremio de Pelaires de Zaragoza y, transformado por D. José Alsina en 1795 en una fábrica de papel denominada «Las Navas» la cual, ha permanecido en funcionamiento hasta hace muy poco. Cuenta la leyenda que la hicieron “los moros” y que desde su pozo partía un pasadizo que llegaba a la mismísima cartuja de Aula Dei, en línea recta y a unos doscientos metros, en el cauce del rio Gállego se encuentran los restos de una construcción romana que bien podría ser una presa o puente.
Torre del Hospitalico: En principio se pensaba que pertenecía al Hospital Provincial de Nª. Sra. de Gracia desde 1474, pero en documentos parroquiales fechados a principios del siglo XVIII se la menciona como “torre de Gracián” pasando a su actual denominación hacia 1725, ya que sus rentas iban destinadas al Hospitalico de niños huérfanos de San Gil y la Magdalena. Durante la Guerra de Independencia se dice que fue también hospital y refugio de patriotas y es posible que en este lugar estuviera escondido el propio Palafox en una de sus salidad durante los Sitios. Fue propiedad de Hilario Andrés, fundador de la Azucarera del Rabal, uno de los primeros introductores del cultivo de la remolacha en Argón y por supuesto en la zona.

Torre del Bayle se cree que se denomina así en honor de D. Bernardo de Pons y Turel, que fue Regente de la Chancillería en el Supremo Consejo de Aragón a mediados del siglo XVII y, que fue el primer Conde de Robres a cuya casa perteneció hasta finales del siglo XIX. En los registros parroquiales también aparece citada como “cabaña del Gobernador”, (Bayle en la Corona de Aragón es cargo relativo a la administración de Hacienda y Justicia). Es una de las que mejor aspecto ofrecen y la única en la que todavía vive su torrero.

Caso distinto es la torre de San Miguel, muy deteriorada y en peligro de ruina, se eleva sobre un promontorio desde el que se divisa una amplia vista, pero con la pega de estar muy próxima a un polígono industrial. Perteneció a los Padres Mercedarios Calzados de San Pedro Nolasco, durante la guerra de Independencia se dice que fue cuartel francés y que en sus sótanos hay algún soldado de Napoleón entre sus paredes, lo que sí es cierto es la existencia de un manantial de aguas sulfurosas y se ha encontrado restos de un sarcófago romano. Existen otras torres más sencillas o menos conocidas como la del Carmen, Barcelona, Garisa, etc., por el contrario otras, cargadas de historia han desaparecido como el Seminario las fábricas del Comercio o la venta de Coscón.
Torre de San Miguel




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