Sertorio y los paleoaragoneses


 
Santuario de Loreto en Huesca, presumiblemente se levanto sobre una villa romana

Enseñó tanto a los indígenas a combatir a la romana pero, al mismo tiempo adoptó como suya la táctica de la guerra de guerrillas, tradicionalmente efectiva para luchar en la orografía hispana. Procuró dividir siempre al enemigo evitando en general la lucha en campo abierto. Los celtíberos le llamaron «Aníbal» por su rapidez táctica. Los lusitanos le compararon con Viriato y los historiadores romanos como Apiano, a César. Tomaba resoluciones rápidas y originales como el episodio de la conquista de la ciudad rupestre de Caraca, cuyos habitantes tuvieron que rendirse asfixiados por el polvo que levantaron los soldados y caballos por orden del General. Buen conocedor del carácter presuntuoso de los nativos, aduló su orgullo regalándoles bonitas armas, decoradas con niquelados y mantas de colores. Abrió en Osca (Huesca) una escuela destinada a los hijos de los jefecillos locales aliados suyos. Estos jóvenes estudiaban disciplinas griegas y romanas, los vistió con la toga praltexta y la bulla de oro, tal como era usual entre los adolescentes de la nobleza romana y les enseñaba tácticas estratégicas para la guerra. Bajo esta apariencia inocua, lo que en realidad hacía era tomar a los hijos de los reyezuelos tribales como rehenes. En Osca estableció su nueva Urbs con un Senado compuesto por 300 miembros, nombrando cuestores y pretores que administraban una provincia hispana, independiente del gobierno de Sila. Sertorio llegará a pactar con el lejano rey del Ponto (situado en el actual norte de Turquía). Este no era otro que el histórico Mitríades VI quien se distinguía por sus contínuos enfrentamientos con el creciente imperio, así como su oposición a Pompeyo. El sabino y el de la Colquida firmaron un acuerdo por el que, a la vez que en Hispania los habitantes de este lugar situado a orillas del mar Negro, lo harían también contra el poder de las legiones. También acordó con Mitríades que éste le enviaría refuerzos a la península Ibérica.

Presumibles ruinas de Casta Aelia, entre el Ebro y el monte del Castellar, frente a Alagón (Zaragoza)


Durante el invierno del año 76 a. C., Sertorio se retira a un lugar conocido por Castra Aelia, que según las fuentes se encontraba cerca de Contrebia. Existen diversas tesis sobre la localización de este campamento sertoriano pero quizás, la que más posibilidades tiene de ser cierta sea junto al Ebro a la altura de la desembocadura del río Jalón, en un lugar próximo a donde se encuentra hoy día la ermita del Castellar. En término municipal de Torres de Berrellén pero en la otra orilla del río, sobre los farallones escarpados del actual campo de maniobras[1]. Sila aprovecha la tregua forzosa que provoca el invierno, para enviar a la Península a Cneo Pompeyo Magno como procónsul con Imperium extraordinario. Mientras tanto Sertorio se dedica a reorganizar sus dominios y asegurar la lealtad de los indígenas. Llegó la primavera y con ella Pompeyo al frente de un ejército compuesto por 30.000 hombres, que desembarcaron en la costa oriental de la Península. Sertorio le hace frente, pero Pompeyo se acuartela en Sagunto. Un año más tarde el general romano decidirá atacar el interior, hacia la Celtiberia. Mientras otro gobernador de Hispania, Metelo, pondrá precio a la cabeza del caudillo oscense. Sertorio comienza desconfiar de los que le rodean, su carácter se vuelve violento y adopta duras medidas contra sus compañeros latinos y contra los indígenas que le rodean. Por todas partes ve sospechosos y terminará por hacer matar o vender como esclavos a los jóvenes indígenas que se educaban en Osca. El año 74 a. C., es la fecha del ataque decisivo de Pompeyo. Sus fuerzas son ya muy superiores a las del caudillo y éste tiene que limitarse a socorrer a las plazas sitiadas y dificultar las comunicaciones. Bilbilis y Segóbrica (en Guadalajara) caerán en manos de Roma, con el agravante de que la ciudad alcarreña poseía un alto valor estratégico para los sertorianos. Osca, Galagurris e Ilerda, junto con algunas ciudades valencianas y de la Meseta le siguen fieles. Fue entonces cuando el Senado romano hizo una hábil jugada decretando a los partidarios del partido popular una amnistía. Enterado del asunto la mano derecha de Sertorio, Perpenna, comenzó a fraguar la idea de abandonar a su jefe, llegando a tramar un asesinato para deshacerse de él. Magnicidio que ocurriría durante un banquete celebrado en Huesca en el año 72 a. de C. La excusa se la dio una falsa victoria, Perpenna invitó al caudillo en su casa y una vez en la domus el lugarteniente, auxiliado por otros diez conjurados lo apuñalaron hasta la muerte. Sertorio era ya por entonces un hombre derrotado y con un objetivo político arruinado. Perperna a pesar de su traición intentó mantener todavía la causa de los populares, pero fue derrotado y ejecutado (Roma no paga a traidores). Las tropas sertorianas se dispersaron y la mayor parte de los indígenas se sometieron. No obstante las ciudades de Osca y Calagurris (Calahorra) siguieron durante un tiempo devotos a su jefe y en el caso de la riojana, solo un largo asedio por hambre consiguió rendir la fides sertoriana.

Escarpes y castillo del Castellar


La historiografía ha dado juicios muy dispares sobre la figura de Sertorio: para unos Hispania fue una base de operaciones para sus aspiraciones personales, que no eran otras que reconquistar el poder en el centro de la república. En este sentido su alianza con lusitanos y celtíberos no sería más importante que la pactada con los piratas de Cilicia o con el rey del Ponto. De los textos de Plutarco[2] parece desprenderse que Sertorio siempre tuvo nostalgia y añoranza de Italia. Por el contrario hay quienes sostienen que el general se adaptó perfectamente al carácter y al territorio hispano. Por otra parte con su presencia eficaz y prolongada sería sin duda uno de los más poderosos factores de romanización en la zona. A pesar de sus orígenes, llegaría a ser un caudillo casi indígena que luchó contra el poder invasor como un héroe nacional comparable a Viriato. Los pueblos autóctonos, que le consideraron siempre como un jefe popular en el que canalizaron sus pactos y tradiciones habituales, a la par que facilitaba su intigración en la cultura latina, algo que contrastaba con los abusos sufridos durante las guerras anteriores. Tal influencia cultural llegó a tener en Huesca, que la que durante muchos años fue su Universidad se le llamó Sertoriana, en homenaje a la escuela que él fundó en esa ciudad. Plutarco dejó escrito que fue “más fiel y humano que todos ellos, no menos prudente que ninguno y tan sólo les fue inferior en la fortuna, hasta caer asesinado como cabecilla de unos bárbaros”[3].

Castillo de Pola, también junto al Ebro y unos kilómetros más al oeste que el de Castra Aelia, en carretera de Remolinos




[1] Gascón Ricao, Antonio. “El hechizo de El Castellar” en Cuadernos de Aragón nº 35. Institución Fernando el Católico & DPZ. Zaragoza 2007.
[2] Sopeña Genzor, Gabriel (Editor). Aragón antiguo…
[3] Alvar Ezquerrra, Jaime (Director). Entre Fenicios y Visigodos...

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