Cuando Rusia estuvo en Belchite

Barracones en la pequeña Rusia (Belchite)

Nunca había oído hablar sobre la existencia cerca de Belchite (Zaragoza) de la “Pequeña Rusia” o “Rusia” a secas. Eran famosas sus ruinas, su batalla, el pueblo nuevo, pero este paraje era totalmente desconocido para mí. Nunca; ni durante los años de la carrera ni después, a raíz de la famosa Ley de Memoria Histórica había oído hablar del tema y eso que todo este entorno da para una buena excursión sobre historia contemporánea de España. Fue un día por casualidad y al pasar cerca por la carretera en dirección a Lécera, tras superar el pueblo y cruzar el Aguas Vivas, a la izquierda de las ruinas del Seminario que había en el pueblo me dijeron, ¿Ves este camino que sale al otro lado de la carretera, justo enfrente del edificio? Pues por ahí se va Rusia, la verdad es que me quedé sorprendido. Aun llegué a atisbar una serie de barracones y casas que se apiñaban en el fondo del valle. Era invierno y hacía frío en la estepa aragonesa quizás por eso, a aquel lugar le llamaban así, pero no. Investigué y vi que no había mucho escrito sobre el tema y me propuse llegar a este enigmático poblado.


Rusia vista desde el Calvario de Belchite (Zaragoza)
 

Éste por el contrario era un día caluroso de junio, aunque había nubes en el cielo y una suave brisa hacía más llevadera la aventura. Llegué al puente del Aguas Vivas y tras pasarlo tomé primero dirección derecha para ver las ruinas del Seminario y su enorme boquete sobre la puerta principal de la iglesia, justo enfrente y al otro lado de la carretera, se veía el camino hacia Rusia que se vislumbraba en el horizonte en forma de tejadillos. Crucé la carretera y por una pista me acerqué hasta la pequeña iglesia que domina el núcleo desde la distancia, como marcando territorio con los que allí vivieron. El templo está dedicado a Nuestra Señora de los Desamparados, en una clara muestra de surrealismo aragonés y anunciándonos lo que nos esperaba. La ermita está cerrada y la separa de los barracones que tiene enfrente, un campo de cereal que en tiempos estaba partido en dos por un camino que la enlazaba directamente con las casas rusas (al menos así se puede ver en la ortofoto del vuelo americano de 1957).


Comparativa vuelo americano 1957 Google maps 2020


Hasta que no estuve entre los barracones no fui consciente de lo que era realmente aquello, personalmente me recordó el campo de concentración de Austwiz en Polonia y no exagero. Esto era lo más similar que he visto en España, a lo que es un campo de concentración alemán de la II Guerra Mundial. Largos barracones de una sola planta, transformados en naves agrícolas o simplemente, trasteros. Con una disposición castrense, fría, distante y sobrecogedora. El silencio se hacía ensordecedor en este ambiente sórdido, casi tenebroso; cuantas historias tristes se encerraban entre aquellas paredes de cemento. Me extrañó mucho no haber sabido de este lugar por mis profesores de Historia Contemporánea, por las muchas publicaciones que he visto en los últimos años o incluso en los congresos a los que he asistido, el lugar merece la pena para un libro o quizás más. Hice varias fotos, aun apareció por el lugar otro apasionado de estos “despoblados” que había acudido fascinado con lo que le habían contado sobre el entorno y que como yo, estaba también impactado. Tuve la impresión de que aquello tuvo que ser un inframundo en pleno Campo de Belchite, en el Aragón de la posguerra y en una España bajo la dictadura de Franco. En realidad no era una prisión, como algunos confunden con el penal que había en el pueblo, tampoco era un campo de concentración al uso, era un gueto donde vivían “los otros” y por tanto, la sabiduría popular tan recurrente e ingeniosa en algunos casos lo bautizó como “Rusia”, porque era el lugar donde vivían los rojos que gritaban “Viva Rusia”.


Iglesia de Rusia y al fondo la iglesia vieja de Belchite
 

Un panel explicativo situado a la entrada dice que; tras la decisión de no reconstruir el pueblo parcialmente destruido de Belchite. Se decidió construir uno nuevo en su lugar y debido a que por efectos de los combates, muchos de los edificios habían quedado inhabitables y había por tanto una necesidad por disponer de alojamientos y viviendas en el menor tiempo posible. Se construyó el campo de refugiados llamado “Rusia” siendo ubicados en el lugar, aquellos vecinos del pueblo cuyas familias habían sido de “ideología izquierdista” vamos “los rojos”. En este punto quiero aclarar una cosa y es que según he leído por ahí, algunos confunden “Rusia” con el campo de prisioneros de Belchite, construido en el mismo pueblo nuevo y que contaba con un millar de reclusos, algunos del pueblo y que fueron empleados para la construcción del núcleo moderno. Según datos oficiales, trabajaron en su construcción unos 1.000 prisioneros de este destacamento que no tenían nada que ver con el poblado ubicado aguas abajo del Aguas Vivas, al menos de forma directa como se verá más tarde. Por tanto una cosa es “Rusia” que era donde se alojaron los que no eran adictos al régimen y otra distinta el “Destacamento de prisioneros de Belchite”.


 

Continúa indicando el panel explicativo; su creación fue una idea iniciada por el Auxilio Social falangista en el año 1938, también llamado “Tierras devastadas” según terminología de la época. Se construyeron un total de 15 barracones en tres bloques de 5 líneas de casas (4 en paralelo y una longitudinal en uno de los extremos, dejando unos patios abiertos) más un barracón auxiliar, situado en el extremo oriental del caserío. En ellos fueron alojados algunos de los vecinos izquierdistas del pueblo o que habían huido y habían regresado al finalizar la guerra y se habían quedado sin casa, en este lugar vivirían hasta que se terminara de construir el nuevo Belchite. También se vivieron allí, algunos de los operarios que trabajaban en la construcción del pueblo nuevo, así como familias de los prisioneros que estaban trabajando en la construcción del mismo (por eso digo que no tenía una relación directa, sino indirecta con el penal).  


Cuando me marché del lugar me llamó la atención que nada de aquello se había aprovechado después como “segunda residencia” o como un barrio anejo, todo lo contrario. Una vez finalizada su ocupación habitacional y estacional, las casas se habían tirado por dentro y en algunos casos se habían aprovechado como granjas, en otros como graneros o almacenes y en su mayoría estaban cerradas, tabicadas y abandonadas como si de un mal sueño se tratara y quienes lo habían vivido, quisieran pasar página y olvidarse de aquello para no volver jamás.


Luis Granell escribió para la revista Andalán en su número 143, publicado en diciembre de 1977 un artículo sobre Belchite, en el que hablaba entre otras cosas sobre la “Rusia Belchitana”. Extraigo algunos párrafos en los que se menciona este lugar por boca de un testigo que vivió allí y sobrevivió a aquellos acontecimientos: “El final de la guerra civil supuso el regreso de los que habían tenido que marchar, pero no era fácil volver como rojo vencido, a un pueblo del que el franquismo quería hacer todo un símbolo “cuando nos traían en el tren, salían a recibirnos a la estación con garrotes. A algunas mujeres les cortaban el pelo al cero y les dejaban solo un mechón en el cogote, en el que les hacían un lazo con una bandera nacional”. El periodista prosigue diciendo: “Como símbolo de la división absoluta que durante años iba a existir entre las dos comunidades de Belchite, los recién llegados eran enviados a unos pabellones que se habían construido con fondos de Auxilio Social, a kilómetro y medio del pueblo. Cerca del semiderruido Seminario. Significativamente, el barrio fue bautizado enseguida como Rusia.

 

“Eran casas de cuatro habitaciones, cocina y despensa, muy bien hechas y el alquiler era muy económico, claro que los retretes eran compartidos entre todos. No teníamos corral, pero era una buena obra, sí señor (afirma el protagonista). Además de los rojos, en Rusia vivieron numerosas familias de prisioneros republicanos internados en el campo de penados de Belchite, que querían permanecer cerca de sus maridos, de sus hermanos o de sus padres, prosigue diciendo. “Pasaron muchos (no sabe decir cuántos). Cuando liberaban a uno y se marchaba con su familia, ya había otra esperando”. “Sobrevivían a duras penas: las mujeres lavaban la ropa de otros penados más pudientes o con sus hijos iban a respigar en verano o a coger olivas cuando llegaba la temporada. El trigo tostado y rayado con una botella de anís, sustituía al arroz en la cazuela. A veces tenían que robar remolacha de los vagones parados en la estación, para comérsela después de asada”.


Al frente de los rusos había uno encargado por Falange al que llamaban “alcalde” (la socarronería aragonesa va por barrios y seguramente era una pequeña venganza, pues no poseía este título, ni actuaba como tal). De esta persona cuenta que en cierta ocasión, uno de los que vivía allí llamado Manuel “el rata” se marchó a segar y volvió con cincuenta duros, enterado “el alcalde” de ese beneficio, le hicieron entregar la mitad. Recuerda este testigo la pequeña iglesia para él, extrañamente separada de los pabellones y que no se utilizaba. Tampoco había escuela y los chicos cuando no tenían que ir a ayudar a sus padres al campo, subían a Belchite. Recoge Granell que “bastantes edificios propiedad de vecinos de izquierdas, que habían tenido que huir tras el 18 de julio y que habían sido respetados por la metralla, fueron ocupados por otros belchitanos de derechas, cuyas casas si habían resultado dañadas. Cuando regresaron sus propietarios, tuvieron que conformarse con instalarse en Rusia”. El momento de mayor ocupación en el barrio fue entre 1940 y 1945, no obstante el nuevo Belchite no fue inaugurado hasta el 13 de octubre de 1954, aunque las obras continuarían hasta desaparecer el organismo de Dirección General de Regiones Devastadas que las llevaban a cabo.

 

Conforme avanzaban las obras en el nuevo Belchite, “los primeros en obtener casa nueva fueron los excombatientes y las viudas de guerra franquistas”. Luego, recuerda “según se iban terminando las manzanas, se entregaban a los vecinos con mayores influencias. Sólo entonces, los forzados inquilinos de Rusia, podían trasladarse a las casas del pueblo viejo que seguían en pie; cada vez menos porque los del penal, las desmontaban para aprovechar los materiales, sobre todo vigas” en el pueblo nuevo. “Cuando pude volver a mi casa, recuerda el interlocutor, me encontré con que solo tenía un plato de militar, una cuchara sin magno y el boquete de un cañonazo y no crea (le dice al periodista) que aunque reconocieras algún mueble o cualquier cosa que hubiera sido tuya, en otro lugar o en otra casa no la podías reclamar”. No es de extrañar que con esta historia, nadie quiera recordar aquella experiencia, aunque es necesario que espacios como éste pervivan tan solo para darnos cuenta del horror que supone vivir señalado y que esto, lo vivimos los españoles no hace tantos años.








Comentarios

  1. Excelente reportaje, muy interesante. Tendré que darme una vuelta por Rusia yo también.

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