San Antón y su cerdito
Imagen de San Antón que se venera en la iglesia de San Pablo en Zaragoza |
Durante 85 años San Antón practicó el anacoretismo en el desierto, durante ese período de
tiempo tuvo numerosas tentaciones pero a todas resistió. Según la iconografía
cristiana el cerdito que lo acompaña simboliza el mal, pues en las culturas
orientales consideraban a este animal impuro (todavía así lo ven judíos y
musulmanes). San Antón fue invocado en la Edad media contra los males de la
peste, al igual que San Sebastián cuya festividad se celebra cada 20 de enero.
Incluso existió una orden hospitalaria que apadrinaba cerdos para que éstos
consumieran por las calles los restos que encontraban de manera que el animal
hacía de barrendero y de paso cumplía una función higienista, estos gorrinos
llevaban como distintivo una campanilla, como la que suele adornar al que
acompaña al Santo, de tal modo que se convertía en un animal sagrado y cualquier
atropello que se infringía al cerdito suponía un pecado, pero al final este
animal era sacrificado para propiedades curativas. En algunos pueblos españoles
hasta hace unos años se criaba este tocino divino. En definitiva la intercesión
a San Antón sería para que los animales no transmitieran el mal a los humanos. En
definitiva lo que representa San Antón es el dominio de la impureza, el triunfo
del bien sobre el mal.
La primera
orden militar que existió en la cristiandad estaba bajo la advocación de San
Antón y fue en Etiopía. En principio se le invocaba como a la peste. Existe el
llamado “Fuego de San Antón” que no es otra cosa que una epidemia provocada por
el centeno y que los monjes remediaban utilizando grasa de cerdo. En Aragón
existe una historia atribuida a Pedro Saputo según la cual en un pueblo, y ante
la duda para elegir alcalde, se optó por hacer una carrera entre dos
candidatos, la meta era una manzana que quien primero la cogiera, ese era
nombrado edil, el día de la apuesta estaba todo preparado y a mitad de carrera
apareció en la calle el tocino de la campanilla que se adelantó a los
candidatos y se comió la manzana, resultando elegido Alcalde del pueblo el
animal.
Mi madre solía
decir; “da más mal que un tocino suelto” y es que el cerdito de San Antón
vagaba por las calles, entraba en las casas, salía, se iba con quien le daba de
comer y de vez en cuando pues también hacía sus cosas en plena calle o
interrumpía el tráfico como quería, en definitiva que el animalico vivía como
quería durante un año, hasta que le llegaba su hora en que era sacrificado y
con su carne se hacía una rifa que iba destinada a los Hermanos hospitalarios
que se dedicaban a la atención de enfermos.
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