Villanueva de Gállego: Un espacio con historia
Villanueva de Gállego guarda muy pocas referencias de
su pasado histórico. La estructura de su casco urbano, más próximo al modelo
racionalista y decimonónico que al mundo medieval y remoto que evocan la torre
mudéjar de su antigua iglesia parroquial, la denominación de alguna de sus
calles ubicadas en el llamado “Barrio Alto” y las numerosas casas de campo o
“torres” que pueblan su huerta. Configurando un entorno más próximo a lo que ha
sido el devenir de esta localidad a lo largo de los siglos.
Enclavada a 13 kms. de Zaragoza, fue divisada en 1610
por Juan Bautista Lavaña, desde el reloj de la «Torre
nova de Çaragoça» a 22º norte[1].
Se situa sobre la ladera de un montículo en la
desembocadura de una “Val” o glacis, formado por la erosión aluvial
cuaternaria que, procedente de los Montes de Castejón, delimita el
extremo norte del histórico territorio del Castellar. Tras recoger las
escorrentías a lo largo de 20 kms., deyecciona en una de las terrazas fluviales
del Gállego, río que delimita el extremo oriental de su Término Municipal, el
regadío ha transformado esta zona de aluvión en la que, todavía a fines del
siglo XIX, existían grandes extensiones de sotobosque y tierra caliza o
“tierras blancas”. La superficie municipal se asemeja a un rectángulo irregular
con aproximadamente 7.000 has. “mordidas” al Término Zaragozano, con el que
“muga” por tres de sus lados, haciéndolo
al norte con Zuera. Todo este espacio geográfico está dividido a su vez
en dos “partidas” de terreno distintas y separadas en dos terrazas fluviales.
Por la inferior (más próxima al río) se extiende una franja de huerta regada
gracias a antiquísimas acequias, alguna de las cuales hunde sus raíces en la
romanización. Un viajero inglés, refiriéndose a esta comarca, escribió en 1845:
«el suelo es fértil y el
clima favorable» ya que «dondequiera que se practique la irrigación abundan los
frutos de la tierra».
Tal es así que cuando la huerta llegaba a ser tan
feraz y «los precios bajaban tanto que era superior el precio del transporte
que el del producto» los campesinos reutilizaban la fruta como abono de sus
tierras»[2].
La terraza superior está ocupada por “La Sarda”.
Se trata de una extensa planicie esteparia con vegetación en tonos ocres y
parduzcos, donde predomina el cultivo de cereal y pastos que constituyen:
«llanuras desnudas, monótonas y abandonadas, con
aromáticos páramos que se extienden a la derecha, mientras el Gállego va
abriéndose paso a mordiscos por la izquierda»[3].
Aparece dividida en dos por la Val que la recorre en
dirección oeste/este.
Al norte se encuentra la “Sarda Alta” con pequeños
cabezos conocidos por Bajillera y que son una prolongación de los Montes
de Castejón más conocidos por “El pinar” con «el pino de Alepo y sabinas
altas como cipreses». Al sur, separados por el “Camino de Castejón”, se
encuentran los altos del Vedao (Vedado). Éstos constituyen una formación
de montículos subdesérticos y calizos que configuran la transición al monte del
Castellar, una de las cuatro muelas zaragozanas que también ha formado parte
activa en la historia villanovense. Más próxima al pueblo se encuentra la
“Sarda Baja” en la que, en tiempos, abundaban matorrales como el romero, la
ginestra, el enebro, las aliagas, los tomillos, los espliegos, etc.., y una
planta llamada escilla marítima o “cebolla albarrana” «recuerdo del mar
existente en el Pleistoceno» que «ofrecía pastos abundantes al ganado
trashumante»[4].
Pascual Madoz, refiriéndose a Villanueva, escribió: «hay caza de conejos,
liebres y perdices» en el Gállego «pesca de madrillas, barbos y anguilas».
Añade que se produce «trigo, cebada, maíz, avena, vino, aceite y toda clase de
hortalizas, frutas y legumbres; mantiene ganado lanar y cabrío»[5].
Odón de Buen recuerda en sus memorias que bajaban desde los Pirineos «en
tiempos remotos» osos, gamuzas y venados hasta “los Pinares” y que en su
juventud vio cazar jabalíes, lobos y tejones que visitaban los gallineros con
frecuencia junto con los zorros. Había además «comadrejas, gatos monteses y
fuinas», mientras «en las balsas profundas se albergaban nutrias» y se pescaban
truchas.
Se trata de un territorio con rudos y fuertes
contrastes, entre el helador clima estepario del crudo invierno y el verano
tropical con lluvias escasas y fuertes tormentas:
«como en todas estepas, mucho hielo
y poca nieve»[6].
Pero el abrigo de los sotos próximos al Gállego, han
ofrecido, desde antiguo, un microclima favorecedor del hábitat humano. El
bosque de ribera frena los fuertes vientos del invierno, suaviza las
temperaturas en primavera y otoño y refresca los atardeceres del verano[7]. En noviembre de
1906 la erosión aluvial del río Gállego dejó al descubierto un “turbal” en las
proximidades de Villanueva, recubierto por una capa de «arcilla parda o
negruzca» característica de la variedad «turba hojosa o papirácea»
perteneciente al tipo de «turbales de bosque, cuya substancia ofrece estructura
leñosa, muy compacta». Entre sus capas se encontraron diversos fósiles como el Bulimus
acutus (Cochicella acuta) además de restos de grandes mamíferos, tales como
«un molar de elephas o mamut y dos cuernos de un gran cervus o
reno»[8].
La cercanía a un punto de comunicaciones, como es el
paso del Ebro, hizo posible el tránsito humano, de mercancías y de animales en
la antigüedad. Se han descubierto restos de utensilios de caza procedentes del
Paleolítico y puntas de flecha del Bronce que constatan esta ocupación.
[1] Juan Bautista Lavaña: Itinerario
del Reino de Aragón (1610-1611). Textos de Historia Moderna, 3: Estudio
previo, edición e índices por Antonio-Paulo Ubieto Artur, Zaragoza 1992, pág.
30.
[2] José Luis Corral Lafuente, Historia de Zaragoza musulmana (714-1118)
Colección Ayuntamiento/C.A.I, pag. 39.
[3] Richard Ford. Manual para
viajeros por el Reino de Aragón y lectores en casa, Turner Edic. Madrid
1983. Ruta CXXVII. De Zaragoza a Urdax, págs. 58 y 72.
[4] Odón de Buen, Mis memorias.
Institución Fernando el Católico, Zaragoza 2003, págs. 19-24.
[5] Pascual Madoz, Diccionario Geográfico Estadístico,
Ámbito ediciones Tomo III edit. Diputación General de Aragón, Zaragoza 1985
pág. 203.
[6]
Odón de Buen, op. cit..
[7]
AMVªGº. Olano y Mendo
Arquitectos SL., Memoria y estudio económico para el Plan General de
Ordenación Urbana. Villanueva de Gállego, 2002, pág. 27.: La temperatura
media anual es de unos 14,40°C,
siendo el período de heladas entre noviembre y febrero. Las mínimas absolutas
se alcanzan en enero (entre los 5 y 10°C) mientras que las máximas llegan a superar los 30°C en los meses calurosos. Estos
promedios encubren grandes variaciones
que pueden oscilar entre los 40°C de las máximas y los -5°C de las mínimas. A veces la
sensación térmica es engañosa debido a la acción del “Cierzo” que llega a
alcanzar los 80 y 100 km/hora.
[8] Pedro Ferrando y José Gómez Redó.
“El turbal de Villanueva de Gállego” Boletín de la Sociedad argonesa de
Ciencias naturales Tomo V, Zaragoza 1906, págs. 79-80.
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