Porqué celebramos año nuevo, el 1 de enero

Yacimiento de Segeda, cerca de Mara (Provincia de Zaragoza)

A pesar de los romanos ya llevaban unos años en la península Ibérica, fue en el año 197 a. C. cuando se inició la conquista y ocupación propiamente dicha. Roma dividió en dos Hispania; la Citerior con capital en Tarraco y la Ulterior en el valle del Guadalquivir y con sede en Córdoba. Al frente de cada una de estas provincias puso un procónsul con mandato anual.

Los enfrentamientos con las tribus celtíberas eran cada vez más frecuentes y para ello se necesitaba mayor constancia en la presencia militar en la zona. Tras la batalla de Mons Chaunus (¿Moncayo?) y la toma de la ciudad soriana de Complega, en el año 179 a.C., el cónsul Tiberio Sempronio Graco pactará con las tribus celtíberas de Titos, Belos y Arevacos un acuerdo que potenciara la sedentarización en estas tierras. Al sur del Moncayo y en frontera con los celtíberos se encontraba en la intersección de los ríos Jalón y Jiloca, la ciudad de Segeda, en el valle de este último río y ubicada en el actual Poyo de Mara, una localidad situada a unos 15 km de la ciudad de Calatayud, bajo las faldas de la Sierra de Vicor, en el valle que forma el pequeño río Perejiles y en la margen derecha del río Jiloca. En este lugar, en el que parece que nunca ha pasado nada, en el que el tiempo se ha detenido y que hoy día apenas suma 200 vecinos allí, entre almendros aterrazados y viñas que producen un excelente vino, ocurrió uno de los cambios más trascendentales de la historia y es que a veces ésta, es caprichosa para sus grandes acontecimientos.

La paz de Graco no fue definitiva ni mucho menos y los acuerdos a los que irán llegando los distintos gobernadores con los celtiberos, en algunos casos se romperán violentamente, escaramuzas aparte, esta “entente” durará casi 25 años, hasta el 153 a.C. Son desconocidas las razones por las que Segeda decidió en ese año, ampliar su perímetro urbano, así como levantar fortificaciones y de esta manera romper el pacto establecido con Graco un cuarto de siglo antes. Parece ser que la importancia del suceso estriba en que era la capital de los Belos (se han encontrado monedas acuñadas con el nombre de esta ciudad). Los Belos era una importante tribu celtibérica asociada con los Titos y los Lusones, que habitarían entre la sierra del Moncayo y el valle del Jalón y que habrían firmado con Graco el famoso acuerdo del año 178. Las hipótesis de esta decisión segedense pueden ser variadas y van desde un aumento de población y la consiguiente necesidad de hacer más grande el perímetro urbano. Necesidades defensivas ante posibles ataques de tribus hostiles, enemigas, bandidaje, etc. Cuestiones fiscales o recaudatorias o quizás exceso de confianza ante la respuesta de Roma, quizás pensaron que la reacción no sería tan contundente como la respuesta que obtuvieron. Quien se iba a ocupar de un pequeño rincón allí perdido en el valle del Perejiles.

El Senado romano enterado de las pretensiones segedenses declaró sin más la guerra a la Celtiberia de forma, tan inmediata, que adelantó la toma de posesión de los cónsules tres meses y medio, es decir se pasó del famoso “Idus de marzo”, 15 de ese mes, que era cuando tradicionalmente se elegían estos cargos, coincidiendo con el año nuevo en Roma, a las Kalendas de enero, es decir el día 1. El fin último era comenzar lo antes posible la campaña contra los celtíberos. En la antigua Roma los años se contaban desde la fundación de la ciudad por Rómulo en el 758 a. C., y cada año por mandatos consulares. El Cónsul era el jefe político y militar de la ciudad y su gobierno duraba un año justo, este se iniciaba el 15 de marzo y ese período recibía el nombre del Cónsul en cuestión, por ejemplo; el consulado de Julio Cesar coincidió con el año 64 a.C. Lo cierto es que los romanos eran bastante prácticos y seguramente, en esta decisión, pesó más la estrategia que las emociones o la indignación porque en un pequeño lugar de la Hispania profunda hubieran levantado una muralla. Mientras las guerras en la zona oriental del Mediterráneo eran más fáciles, a veces con una sola batalla caían reinos enteros. En Hispania era otra cosa, se trataba de tribus dispersas, en muchos casos enfrentadas entre ellas, el que ahora era aliado, un mes más tarde era enemigo, a eso se unía la orografía, el clima y un sinfín de elementos que hacían necesario tomar medidas estratégicas eficaces. De esta manera si el Cónsul tomaba posesión el día 1 de enero, podría aprovechar los meses de invierno para organizar sus tropas y desplazarse a la Península Hispánica y comenzar las operaciones en primavera, de otra forma se perdían dos o tres meses importantes para el desarrollo de la guerra, que solían desarrollarse en esa época durante los meses de primavera y verano, eludiendo los invernales, además también de esta manera sorprenderían a los ya de por sí, imprevisibles hispanos.

Con el tiempo se fueron agudizando los enfrentamientos entre la población hispana y los ocupantes romano, lo que hizo necesario invertir más tiempo en las campañas militares y aprovechar cada día del año, así que de esta manera se fue consolidando el 1 de enero como principio y cabo de año, hasta que Julio César introdujo el calendario que lleva su nombre en el año 46 a.C. (708 AUC; Ab Urbe Condita; es decir, desde la fundación de Roma). Calendario que entró en vigor un año después, es decir en el 45 con inicio oficial el uno de enero. El Calendario Juliano estuvo en vigor hasta la reforma promulgada por el Papa Gregorio XIII en 1582 y es un muy similar al actual, con la única diferencia de que no existen años bisiestos.

Basallo Alfonso (editor): “Iberia: guerreros y sabios” Reportaje de la historia: Del antiguo Egipto a nuestros días, La Esfera de los libros. Madrid 2004.
Corral Lafuente, José Luis. Numancia (novela histórica) Edhasa. Barcelona 2006.

Schulten, Adolf. Historia de Numancia, Urgoiti editores. Pamplona 1996.

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