Aragón o Aragónes
En el paño norte de la catedral de la Seo de Zaragoza se resumen casi todas las formas artísticas de entender Aragón |
Defiende
el profesor Gonzalo Borras que existen dos tipos de aragoneses, uno a cada
orilla del río Ebro; al norte el románico y al sur el mudéjar con sus
excepciones claro y es que, la frontera geográfica del románico aragonés limita
al sur con una franja que abarca entre las Cinco Villas y la comarca oscense de
La Litera. Es cierto que por debajo de esta línea existen excepciones y las hay
con notable calidad, pero aparecen dispersas y aisladas del conjunto
mayoritario que engloba el norte de la región. Algo similar sucede con el
Mudéjar pues, aunque existen importantes ejemplos al norte del Ebro,
generalmente torres parroquiales, éstos son escasos. Tesis que es apoyada por
el profesor Agustín Ubieto, quien mantiene que las diferencias pueden ampliarse
a otros muchos aspectos de la sociedad como las costumbres, la forma de ver la
vida o incluso el modo de vivir la religiosidad. Humildemente podemos pensar
que no hay solo dos tipos, sino tres maneras de comprender esta región y que a
su vez se pueden subdividir. Existe un Aragón pirenaico, el de la depresión y el
ibérico, ubicado en la tierra baja turolense. No se expresa igual un aragonés
del valle de Benasque que un habitante del Somontano del Moncayo, como tampoco
fablan de igual manera un vecino de Valderrobles con su chapurriau ni un
lugareño de la sierra de Albarracín, estando en la misma provincia. Tampoco es
lo mismo un maño (vecino de Zaragoza) un baturro (hortelano del valle del Ebro)
y un aragonés en su más amplio sentido de la palabra y en todas sus variantes.
Cada cual con sus diferencias, sus influencias, sus maneras de expresarse e
interrelacionarse y con sus subdivisiones, que vienen de influencias exteriores
y que le marcan las provincias próximas, pero todos se sienten miembros de una
misma comunidad. Sin embargo no es una nación, ni tampoco tiene una aspiración
clara de serlo. Por el contrario posee unos rasgos de personalidad muy característicos
de lo que podría denominarse “país”. Sus habitantes son conscientes de ese
pasado histórico, pero tampoco hacen mucho por recuperarlo o al menos por
mantener lo poco que va quedando. Quizás esto sea por las necesidades a las que
está sometido vecino de esta tierra que van por otro camino, en cierta ocasión
dije que hacía falta ser muy testarudo para vivir en esta tierra y que si no se
era muy testarudo no era fácil vivir en ella.
Raro
es el lugar, por muy pequeño que sea, que en su iglesia no tenga un cáliz que
posea extraordinario valor para sus feligreses, por encima incluso de otros
elementos litúrgicos como es el copón donde se guardan las formas sagradas o
incluso la custodia donde se exhibe el Corpus
Christi, o las cruces procesionales. Sin duda la consagración del vino en
la misa es el momento de mayor veneración y reverencia dentro el oficio
religioso para un aragonés. No deja de ser algo característico de la cultura
autóctona la veneración que se tiene en este acto litúrgico que identifica al
vino con la sangre de Cristo, de la misma manera que el agua es la sangre que
hace posible la vida.
Según
Ubieto, ya en el siglo XIV los orfebres aragoneses tenían cierta fama en cuanto
a la fabricación de estos vasos sagrados, algunas de estas joyas se encuentran
en muchas localidades del territorio como Daroca; que conserva en su colegiata
uno gótico, de pie muy recortado y que está datado en el siglo XV. En la
catedral de Tarazona también existe otro de origen gótico con decoración
plateresca. En Albarracín, Calatayud, la Seo zaragozana o Alcañiz son ciudades con
cálices representativos. Pero también existen pequeñas villas que conservan
importantes vasos sagrados para los oficios religiosos como los cálices de
Retascón, Layana, Asín, Pedrola, Miedes, Longares o Zuera entre otros
municipios. Todos estos lugares poseen en común una característica, se
encuentran cerca de ríos o zonas de huerta importantes.
Uno
de los cálices más representativos en la comunidad es sin duda el llamado “del
Compromiso”. Este vaso sagrado viene a sustituir, de alguna manera al Santo
Grial y según la tradición, fue utilizado en la consagración de la misa en la
que se dio a conocer el nombre de Fernando de Antequera, como nuevo monarca. El
oficio estuvo presidido por el obispo Ram de Viu y se celebró el 28 de junio de
1412, una vez concluido el Compromiso de ahí su nombre. Se trata de una pieza labrada
en los talleres de Avignon (Francia) a mediados del siglo XIV. Es de plata
sobredorada, posee el cuño pontificio y está decorada con esmaltes en los que
se alternan los escudos de Juan Fernández de Heredia y el de la Orden de San
Juan de Jerusalén, de la que aquel era comendador y quien en calidad de tal, lo
dejó en la localidad caspolina por elegir dicha ciudad como su última morada.
Al igual que su homólogo valenciano, el Cáliz del Compromiso también tuvo que
pasar por diversas vicisitudes, sobre todo durante la Guerra Civil de 1936,
cuando fue salvado por un caspolino de una más que posible destrucción o
desaparición, quien lo entregó a la Cruz Roja internacional que lo devolvió una
vez finalizada la contienda, en la actualidad se conserva en el Museo Diocesano
cesaraugustano.
Algo
similar ocurre con el Cuerpo de Cristo, la sagrada forma que es adorada a
través de los llamados “Corporales”. Lienzos milagrosos que en determinadas
condiciones, casi siempre extremas, salvan en su interior las hostias
consagradas y a los que se atribuyen milagros y otros portentos, como salvarse
de un voraz incendio, ganar una batalla o cualquier otro acontecimiento
generalmente trágico. El rescate lo realiza siempre un sacerdote o un monje que
envuelve con celo las formas y las salvan de la quema.
Los
más famosos son los de Daroca, pero existen otros lugares a lo largo de la
geografía en los que estos lienzos han tenido su protagonismo; es el caso de
Andorra, en el convento de San Agustín de Fraga, en los monasterios de San de
la Peña y de Montearagón. En la localidad turolense de Aguaviva o en la
zaragozana de Cimballa; cuyo sacerdote dudó si el vino que acababa de consagrar
en la misa, ¿era realmente la sangre de Cristo?, al instante la forma que estaba
sobre el cáliz se convirtió en auténtica sangre. Otro lugar es Aniñón, cerca de
Calatayud. Tanto el cáliz como los corporales tienen un denominador común y es,
la adoración del continente independientemente del contenido o del continente
en su contexto, algo que tiene que ver mucho con la personalidad de los
aragoneses.
Borrás Gualis, Gonzálo. El arte
mudéjar aragonés, Prames. Zaragoza 2008.
Ubieto Arteta, Agustín & José
Luis Garrido: Comprender y disfrutar el
patrimonio de Aragón, Mira Editores. Zaragoza 2010.
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