Noche de las Ánimas


Hoy he leído a José Ramón Marcuello y es verdad, que la fiesta de Todos los Santos, aunque esté pegada a la celebración de las Ánimas, nada tiene que ver. Recuerdo cuando yo era monaguillo que el 1 de noviembre era un día de Fiesta mayor en el que en esa misa el sacerdote iba revestido de blanco. Al día siguiente la cosa cambiaba. Los ropajes eran oscuros, el cura celebraba tres misas y en las tres, presidía la ceremonia un catafalco enorme, cubierto con una tela negra en la que había bordadas una enorme cruz y unas calaveras con sus tibias, aquello me recordaba un poco a las banderas de las películas de piratas, tengo que decirlo. El aspecto era más grave, más severo, las luces de las velas, el recogimiento y la formalidad, contrataban con la celebración del día anterior. Por la tarde y antes de la tercera misa, el cura iba al cementerio a rezar un responso por todos los fallecidos de la Parroquia para luego, rezar un rosario. Me llamaba la atención entonces la cantidad de cruces de niños pequeños que había en el campo santo, muchos de ellos fallecidos durante la gripe de 1918, también me llamaba la atención las viejas lápidas, alguna de ellas semilevantadas de la tierra, lo que me hacía pensar en que si era verdad aquello de que había muertos que querían salir de la fosa, aquella imagen le daba al cementerio un toque de misterio. 

Cuando eres un niño ves todo aquello sin entender muy bien lo que pasa, es una imagen lejana, la de la muerte, incluso pretendes jugar con ella, todo es relativo cuando somos niños, hasta la muerte. 

Luego venía el aspecto profano, las castañas, los huesos de santo y los cerebros de muerto, aquellos mazapanes con piñones que decían se asemejaban a nuestra materia gris. Las leyendas de Bécquer en la tele que tanto asustaban, recuerdo El Miserere y el Monte de las Animas y luego el Tenorio, pero sobre todo el olor a otoño, un olor penetrante y característico que sobre todo recuerdo cuando subíamos a Roncal por Todos los Santos.



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