Celebrando una Hecatombe

Los frisos del Partenón que se conservan en el British

En la actualidad relacionamos la palabra “hecatombe” con un desastre natural o no, que ocasiona un gran número de víctimas, sobre todo mortales, para nosotros el 11S en Nueva York fue una hecatombe, lo mismo que el terremoto de  Fukusima en Japón o el accidente de aviación de diezmó al coro del Ejército Rojo. Pues bien la palabra en cuestión tiene un origen griego y su significado original nada tiene que ver con una tragedia o dos.

En la antigua Grecia existía un mes que se llamaba Hecatombeón, en principio correspondía al séptimo del calendario (más o menos nuestro Julio) pero tras una reforma llevada a cabo en el año 432 a.C. por Metón, que se metía en todo, pasó a ser el primero y por tanto el inicio del año civil en Atenas. Para tener una idea aproximada el mes se iniciaba con la primera luna llena tras el Solsticio de verano (es decir tras el 21 de junio) y duraba 30 días, es decir podía comenzar a finales de junio y terminar treinta días después. Precisamente el día 28 de ese mismo mes, que sería en torno al 20 de julio, se llevaba a cabo las fiestas patronales atenienses, con el fin de honrar a Atenea, la divinidad tutelar de la Acrópolis y de paso exaltar el patriotismo cívico, virtud fundamental en la ciudad que rigió en su día Pericles. La víspera de ese gran día, los jóvenes de la ciudad subían al atardecer hasta la Acrópolis para dedicar a la diosa sus danzas y gritos rituales durante toda la noche. Al alba, el conjunto de la población se concentraba en el barrio del Cerámico, tras haber sido convocados por la Diana y con el fin de organizar una pompé, o procesión panatenaica, que son las figuritas que se representan en los famosos frisos del Partenón y que fueron inmortalizadas por Fidias. Gracias a él sabemos que en ella desfilaban, por estricto orden de categoría, los ciudadanos en armas con sus mujeres e hijas ataviadas de gala en primer lugar. Tras ellos los representantes de las ciudades coloniales y aliadas y más atrás los metecos (extranjeros) e incluso los libertos. Acompañaban a la comitiva los jóvenes en edad de combatir y que tenían que demostrar que si habían sido hombres para pasárselo bien la noche anterior, también lo tenían que hacer durante el día, pero en esta ocasión lo hacían a caballo y en un puesto de honor figuraban los vencedores en las últimas Olimpiadas. Atravesaba la procesión el Ágora por la Vía Sacra en dirección a la Acrópolis con el objeto de entregar a su patrona un nuevo peplo, que es como si en Zaragoza durante el Pilar, la ciudad le regalara a la Virgen cada año un manto nuevo. La túnica en cuestión había sido elaborada por las doncellas de las principales familias atenienses quienes lo entregaban a la sacerdotisa de Atenea en las escaleras del Partenón (pues los fieles nunca penetraban en las residencias de los inmortales). Tras esta ofrenda el cortejo entregaba todas las demás. Una vez finalizada la liturgia y en el gran altar de Atenea Polías se sacrificaba una hecatombe de bueyes, es decir se mataban 100 bueyes (Heca significa cien) en honor a la diosa. Posteriormente la carne de los animales era distribuida de forma jerárquica entre los miembros de la comunidad, vamos que a más animales sacrificados, mejor año había sido este, algo parecido a lo que ocurría antiguamente en nuestros pueblos y es que muy poco hemos cambiado en los últimos 2.500 años. 

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