Dominación romana en el valle del Ebro

Colonia romana de Celsa, al fondo el río Ebro y a mano izquierda, ermita de San Nicolás de Bari en Velilla de Ebro


Octavio se presentó en Iberia con el fin de terminar de una vez por todas con una guerra que casi llevaba doscientos años en este suelo. Quedaban 24 años para que naciera Cristo y parecía que se había acabado con la resistencia de los astures y también con la de los cántabros, pero años después, en el 19 a. C., los cántabros volvieron a las andadas bajo la dirección de un caudillo casi mítico y legendario llamado Corocotta. De él tan solo tenemos una referencia gracias al historiador romano Dión Casio quien dice: «Irritóse tanto Augusto al principio contra un tal Corocotta, bandolero español muy poderoso, que hizo pregonar una recompensa de 200.000 sestercios a quien lo apresase; pero más tarde, como se le presentó espontáneamente, diciéndole “Aquí me tienes, yo soy Corocotta; ahora págame lo que me debes”»[1]. Augusto no sólo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella suma y le dejó marchar” (nunca más se supo de este legendario guerrero que desafió de frente al hombre más poderoso de su tiempo)[2]. Parece ser que en el año 24 a.C., tras la primera guerra cántabra, Corocotta y alguno de sus fieles fueron vendidos como esclavos en la Galia. Pudieron escapar y regresar a su tierra para organizar de nuevo la resistencia. Para doblegar a estas tribus Augusto tuvo que emplear siete legiones (más de 70.000 soldados) además de toda clase de máquinas de asedio y combate, varios cuerpos de tropas auxiliares y el desembarco de la flota de Aquitania. En el año 9 antes de nuestra Era concluyó oficialmente la conquista del territorio peninsular. Hispania se convertía de esta manera en auténtico granero para Roma gracias a su trigo, aceite y vino, pesca y ganado. Además de una fuente de riqueza por sus minas de oro, plata, cobre y hierro. Más de 50.000 romanos habían perdido la vida durante la conquista, es decir diez legiones completas. Inmediatamente después de alcanzada la Pax, comenzó el llamado período de romanización, no obstante este proceso ya estaba en marcha desde hacía tiempo, por ejemplo Hispalis (Sevilla) fue la primera ciudad romana en la península, fundada en el año 205 a. C. Augusto llevó a cabo una importante reorganización administrativa, aunque Hispania siguió dividida en dos provincias la Citerior y la Bética, ambas gobernadas por un Pretor quien generalmente tenía poderes jurídicos y militares. El cargo era anual y podía acuñar moneda e imponer tributos. La Ibérica seguía teniendo su capital en Tarraco y la Bética en Emérita Augusta (Mérida). Cada Provincial tenía a su vez un grupo de asesores (Cohors amicorum) que le suministraban apoyo político y económico mediante el Consilium, integrado por cuestores, prefectos o delegados del Gobernador (estos tenían mando militar y poder para impartir justicia). La cédula básica de esta civilización era la ciudad, que tenía como modelo la propia metrópoli, sobre todo en la zona occidental del Imperio donde no existía la tradición urbana que tenía oriente. Cesaraugusta parece ser que fue fundada en el año 14 a. C. con motivo del 50 aniversario de Octavio, para premiar a los veteranos y licenciados de las legiones que habían participado en las guerras cántabras es decir: IV Macedónica, VI Vitrix y X Gémina. Otro motivo para esta fundación fue el recuerdo de una curación que tuvo el propio emperador en Salduba durante una enfermedad que padeció diez años antes, es decir durante su segunda estancia en la Hispania[3].

Colonia Celsa

Poco a poco, la romanización se irá expandiendo por todo el territorio; César ya creó municipios, concedió colectivamente a la población indígena la ciudadanía romana, asentó en las provincias a veteranos desmovilizados de sus legiones y a grupos de la plebe. Se crearon ciudades semiautónomas que constituyeron la base del Imperio hasta al menos el siglo V d.C. A la obra del divino Julio se debe la colonia Urbs Victrix Lepida (Velilla de Ebro) establecida en el 44 a.C.; esta ciudad se levantó sobre el poblado íbero de Kelse. Augusto, el primer emperador romano, prosiguió la obra de su tío fundando Cesaraugusta sobre Salduie y otras comunidades, también asentadas sobre anteriores indígenas: Urbs Victrix Osca, Turiaso y Augusta Bilbilis entre los celtíberos. En esta red urbana también intervino una importante red clientelar procedente de Italia que ejercían como Patronus y que hizo posible implantar una forma de vida que terminara predominando tanto en la cultura material, como el sistemático uso del latín y las costumbres transalpinas. Entorno a la ciudad se encontraba el Conventum Civium Romanorum o lo que es lo mismo, la reunión de ciudadanos romanos alrededor de determinadas sedes administrativas de carácter regional y en las cuales se impartía justicia. Eran sede del culto imperial y tenían cierto control militar sobre la zona, pero sobre todo ejercía una influencia económica y social en su entorno. Sus habitantes eran principalmente ciudadanos, aunque sentimentalmente pudieran manifestar una vinculación con el pasado indígena de sus tierras. Progresivamente los indivíduos conventuales fueron accediendo al derecho romano, sobre todo tras la concesión de Vespasiano de la nacionalidad imperial a todos los hispanos, lo que dio origen a muchos núcleos de población a lo largo y ancho de la península. 


Ruinas de Bilbilis (Catalayud)


[1] Blázquez, José María (Director) Historia de España antigua. (Tomo II “Hispania romana)
[2] Lorenzo, Javier. El último Soldurio. (Novela histórica sobre la vida y peripecias de Corocotta). Planeta, Barcelona 2005.
[3] Fatás Cabeza, Guillermo & Beltrán Lloris, Miguel: Historia de Zaragoza: César Augusta, ciudad romana. Ayuntamiento de Zaragoza & Cai, 1998.

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