La batalla de Ilerda (entre Cesar y Pompeyo
Valle del Cinca en Huesca y al fondo Lérida (desde la ermita de San Salvador en Fraga) |
Seguimos con los romanos y sus legiones. Corría el año 56 antes de Cristo. No
habían pasado ni dos décadas del fallecimiento de Quinto Sertorio y en Roma,
capital del Imperio más importante de la época tres influyentes generales
César, Pompeyo y Craso, se reparten el poder en una nueva bellum civile. La personalidad de César ha crecido tras la
conquista de las Galias. Pompeyo se alía con la nobleza romana temeroso del
afianzamiento de aquel, sobre todo tras la desaparición de Craso. Todos estos
acontecimientos serán preludio de un nuevo enfrentamiento en la cabeza de la
civilización, pero que llevará a ambos bandos a pelear de nuevo en el escenario
del valle del Ebro. Pompeyo se había hecho fuerte en la tarraconense tras
absorber las clientelas establecidas por el general oscense, así como también
había recuperado las ganadas por su padre. Además había fundado una ciudad con
su propio nombre y que es el origen de Pamplona.
César, tras cruzar el Rubricón y
hacerse con el poder en Roma, embarcó hacia Hispania con el fin de que no se
reprodujeran los episodios que el sabino había protagonizado veinte años antes.
De las márgenes del Rubricón, César pasó a las orillas del Ebro y en Ilerda
(Lérida) logró una importante victoria sobre los pompeyanos, dejándole el
camino libre para el control del valle. Insigne estadista y general romano, es
una de las grandes figuras de la Antigüedad y aun de todos los tiempos. Ya
había estado en Hispania en el año 69 a.C., como cuestor de Cayo Antístio,
pretor de la provincia Ulterior. A mediados del 61 a.C. volverá como propretor
a la misma provincia hasta el verano del 60 a.C., lo que le permite rehacer su
fortuna y ejercer durante un cierto tiempo el mando militar. Al regresar a Roma
establece el «primer triunvirato» con Craso y Pompeyo, llegando un año más
tarde al consulado y obteniendo el gobierno de las Galias.
Mequinenza nuevo (Zaragoza) y al fondo el "Aguabareix" entre los ríos Cinca y Segre |
Cuenta Cesar que a los dos días de
estas operaciones ocurrió un percance súbito; se desencadenó tal tormenta, que
no se recordaban lluvias más copiosas en aquellos lugares. Esto hizo fundir la
nieve en todas las montañas y ocasionó el desbordamiento del río [Segre]; los
dos puentes que Gayo Fabio había tendido se los llevó en un mismo día. Esto
acarreó al ejército de César graves inconvenientes. En efecto: hallándose el
campamento entre los dos ríos; Segre y Cinca, separados por un trecho de
treinta millas, como ninguno de los dos podía atravesarse, se encontraban los
hombres irremediablemente confinados en tan exiguo terreno. Ni podían hacer
llegar trigo de las ciudades que se habían aliado con César, ni regresar los
forrajeadores que se habían alejado demasiado, pues los ríos les cerraban el
paso, ni unos importantes convoyes procedentes de Italia y Galia podían tampoco
alcanzar el campamento. Por otra parte era la época más crítica, cuando los
trigos no estaban aún amontonados ni les faltaba mucho para la sazón; y las
ciudades estaban desprovistas porque Afranio, antes de la llegada de César,
había concentrado en Ilerda casi todo el grano, y si quedó algún resto. César
no había consumido en días anteriores; el ganado, que hubiera podido ser muy
útil en tal escasez, había sido alejado por los habitantes de las ciudades
vecinas por miedo a la guerra. A los que habían ido por forraje y trigo les
hostigaba la caballería ligera de los lusitanos y los rodeleros de la Hispania
Citerior, buenos conocedores de aquel terreno, que podían fácilmente atravesar
el rio a nado, pues todos tenían la costumbre de no acudir a filas sin ir
provistos de odres.
En cambio, el ejército de Afranio
disponía en abundancia de toda clase de provisiones y con anterioridad había
recogido y almacenado gran cantidad de trigo, y se le seguía suministrando
desde toda la provincia. Tenía a mano forraje en gran abundancia. Facilitándole
disponer de todas estas provisiones, sin peligro alguno, el puente de Ilerda y
las regiones intactas de la otra parte del río, a donde César no podía alcanzar
de ningún modo.
Duró aquella crecida varios días.
Intentó César reconstruir los puentes, pero ni lo permitía la riada ni las
cohortes del enemigo que estaban apostadas en la orilla. Fácil les era
impedirlo tanto por la configuración misma del cauce y crecida del caudal como
porque desde la otra orilla se arrojaban los proyectiles contra un lugar solo,
y por añadidura, estrecho; con lo que resultaba difícil hacer construcciones en
medio de una corriente rapidísima y esquivar al mismo tiempo los dardos.
Recibe Afranio noticia de que
importantes convoyes destinados a César se hallaban detenidos ante el rio. Allí
habían llegado arqueros enviados por los rutenos y jinetes de la Galia con
muchos carros y aparatosa impedimenta, según la práctica corriente entre los
galos. Había además unos seis mil hombres de toda condición, con sus esclavos e
hijos, pero sin orden ni mando fijo, siendo así que cada uno resolvía por su
cuenta y todos marchaban sin temor, habituados a la despreocupación de las
etapas de los días anteriores. Había bastantes jóvenes de buena familia, hijos
de senadores y caballeros, había legaciones de ciudades y también legados de
César, todos ellos detenidos por la riada. Sale Afranio, para acometerlos,
siendo aún de noche, con toda la caballería y tres legiones; y haciendo tomar
la delantera a los de a caballo, les atacó desprevenidos. Con todo, los jinetes
galos se aprestan rápidamente y traban combate; y con ser pocos, mientras se
pudo luchar en igualdad de armas, resistieron a la multitud de enemigos, pero
cuando empiezan a acercarse las enseñas de las legiones, se repliegan, con
pocas bajas, a las montañas próximas. El tiempo que duró este encuentro ofreció
a los nuestros magnífica oportunidad para ponerse a salvo, pues aprovechando el
intervalo, se retiraron a lugares más elevados. Las pérdidas en aquel día
fueron alrededor de doscientos arqueros, unos cuantos jinetes y un número no
considerable de acemileros y bagajes.
Via Augusta atravesando los Monegros y paralela a la autopista |
Las repercusiones de esta victoria
fueron considerables en la vida de los pueblos del valle, pues la mayor parte
de las ciudades y poblados situados en posiciones estratégicas fueron
destruidos o abandonados y obligados a asentarse en la vega como en el caso de
Azaila o también Botorrita y Fuentes de Ebro. El fuerte contingente de hombres
traídos por César -entre los que se hallaban jóvenes de la nobleza romana,
además de representantes de las ciudades- favorecerá la política de
romanización llevada a cabo por César a partir de este momento. Tras el final
de las guerras cesarianas, con el definitivo triunfo de César sobre Pompeyo en
la batalla de Munda (45 a.C.), la guerra no volverá durante siglos a esta zona.
César se proclamó Dictador perpetuo
hasta su muerte en el año 43 a.C., asesinado en el famoso Idus de Marzo a manos de Bruto y Casio. Tras la muerte de César se
estableció un nuevo triunvirato entre Marco Emilio Lépido (el romano más rico
por entonces), Octavio César (sobrino nieto del asesinado dictador y heredero
suyo) y Marco Antonio (en principio el mejor situado de los tres). Reparto de
poder que acabó en una nueva guerra civil que concluyó en la batalla de Actium,
el año 31 a. C., con la derrota de Marco Antonio y Cleopatra. Tres años
después, en el 27 a. de C., Octavio es aclamado imperator y jefe militar de Roma y a la vez se proclama Augusto o
detentador del poder religioso, devolviendo la Res pública al Senado. Éste le rogó encarecidamente que aceptara la
protección y defensa del Estado con poderes extraordinarios, estableciendo de
esta manera el Imperio. Pero nada de esto importaba en Hispania, donde un
reducto de cántabros y astures andaban a la greña continua por la presencia
cada vez más asfixiante de las centurias y sus aliados. Seguramente por
terminar con este problema, quizás por el propio prestigio personal y quizás
por todo un poco, Octavio se puso en viaje hacia Hispania.
Valle del bajo Cinca, escenario de las guerras cesarianas |
Fuente:
Sancho Rocher, Laura. “Guerras
cesarianas” en Gran Enciclopedia
Aragonesa (tomo 6) Ediciones Unali. Zaragoza 1981.
García Moreno, Luis A. Historia Universal: “La Antigüedad clásica”
(2),
http://legadohistoria.blogspot.com/2015/02/la-llegada-de-julio-cesar-ilerda.htmlEUNSA.
Pamplona 1989
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